Eichmann, Cáceres y la banalidad del mal

No pido que el acusado sea juzgado sin recibir un dictamen justo, donde su culpabilidad sea comprobada
Es 1961 y en un juicio histórico es juzgado y condenado el criminal nazi Adolf Eichmann. Cubriendo el proceso como periodista se encontraba Hannah Arendt, una de las de las filósofas más influyentes del siglo XX. Arendt, basándose en aquel juicio, escribió en 1963 el libro Eichmann en Jerusalén, donde trata sobre lo que denominó la “banalidad del mal” para expresar que algunos de los individuos que han cometido actos criminales actúan dentro de las reglas del sistema al que pertenecen sin reflexionar sobre sus actos y sus consecuencias, movidos solo por el cumplimiento de las órdenes o porque el sistema imperante les “obliga” a actuar de determinada manera.
En Ecuador tenemos un juicio mediático y polémico contra G. Cáceres que desnuda la realidad de la violencia de género, de la corrupción institucional y el abuso de poder dentro del tejido social. No digo que Cáceres sea igual que Eichmman, para algunos sería tal vez exagerado. Pero basándome en el concepto talmúdico de que toda vida es preciosa, usaré la comparación para intentar denunciar cómo nuestra sociedad banaliza el mal, llegando a niveles de culpar a la víctima por los actos del agresor y exaltar al mismo; las redes sociales han mostrado la cara más cruel de nosotros mismos. Bromas y burlas hacia la víctima, defensas institucionales, justificaciones culturales, difamación y opiniones sobre los familiares y todo tipo de disparates para justificar lo injustificable: que una mujer sea asesinada dentro de las instalaciones de una institución policial, que su cuerpo sea abandonado y vejado por los elementos y que el hasta ahora supuesto autor huya con apoyo -al parecer- de algunos ‘amigos’ donde el ‘espíritu de cuerpo’ y lealtades pudo más que el deber y el honor que su uniforme representa.
Estos casos no deben ser tomados a la ligera. No pido que el acusado sea juzgado sin recibir un dictamen justo, donde su culpabilidad sea comprobada, pero sí que no tomemos a la ligera la forma en la cual nos expresamos hacia la violencia y cómo la justificamos. Hoy nos burlamos y justificamos la muerte de una, mañana tal vez de millones. Toda vida es preciosa.