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Fernando Insua: El comandante de la harina y el general ladrón

Avatar del Fernando Insua Romero

Imagino esa conversación como un ejemplo del duro futuro de un país que necesita reconciliarse

Hace unos días releí La fiesta del chivo de Mario Vargas Llosa, una novela histórica que narra los últimos días de la dictadura del todopoderoso Gral. Rafael Leónidas Trujillo en la República Dominicana, así como las consecuencias inmediatas de su asesinato en 1961. La historia se centra en Urania Cabral, una abogada dominicana que regresa a su país luego de muchos años de exilio en Estados Unidos. A través de sus recuerdos y conversaciones con su padre enfermo, revela el trauma personal que sufrió a manos del régimen de Trujillo y de su padre, quien fue un colaborador cercano del dictador.

El libro transporta a una época en que la capital de la República Dominicana llevaba el nombre del dictador, quien hacía lo que quería en su país como si fuera una hacienda. Al terminar el libro empecé a imaginar cómo sería si la oposición en Venezuela, representada por Edmundo González Urrutia, ganara este 28 de julio las elecciones contra el dictador Nicolás Maduro. Imaginé una hipotética conversación entre una Urania Cabral venezolana y su padre enfermo, hablando sobre las locuras de un régimen que destruyó un país y expulsó, según NN. UU., a un 20 % de su población. Contaría sobre un régimen que al inicio se decía de izquierda, pero que devino en una necrolatría que ‘venera’ las figuras de Chávez y Bolívar, mezclada con cubafilia, rusofilia y algo de odio hacia EE. UU., para justificar que una camarilla de militares se reparta las riquezas del país. Cada general y comandante tiene su feudo asignado: el comandante del pan, el que tiene el monopolio de las importaciones, el general que vende armas, el que maneja la producción de plásticos, etc. Según el exjefe del Comando Sur de EE. UU., el almirante Craig Faller, Venezuela cuenta con 2.000 generales, “más que toda la OTAN combinada”; en fin muchas bocas que alimentar a costa de sus propios ciudadanos.

Imagino esa conversación como un ejemplo del duro futuro de un país que necesita reconciliarse luego de profundas y terribles divisiones, siempre y cuando sea por la vía democrática. Si esa vía se cierra, quedará una más violenta y traumática, y ese diálogo hipotético sería otro, más duro y cruel.