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Fernando Insua | El otoño del patriarca

Avatar del Fernando Insua Romero

La balanza en Ecuador está desajustada y eso solo hará que cuando se vaya una casta la reemplace una peor

En El otoño del patriarca, de Gabriel García Márquez, el final es bastante simbólico y abierto a interpretaciones. Después de una vida de dictadura opresiva y soledad, el patriarca, un símbolo tan nuestro, tan latino, tan representativo de nuestro contexto, fallece en un estado de abandono y desprecio por parte de su pueblo. Sin embargo, su muerte no marca un cambio significativo en la situación del país, ya que el régimen de opresión y corrupción parece perpetuarse incluso después de su partida.

Este desenlace me dejó con una sensación de desolación y desesperanza durante varios días. A pesar de la caída del patriarca no hubo liberación ni una gran reforma en el país; al contrario, la novela plantea preguntas sobre la naturaleza del poder, la corrupción y la resistencia, sin ofrecer respuestas definitivas.

Es difícil no sentirse abrumado por la trágica inevitabilidad del ciclo de opresión y corrupción en la política latinoamericana. Y resulta fácil extrapolarlo a nuestra política nacional. Somos como una copia de alguna obra de García Márquez; muchas de nuestras ciudades son verdaderos Macondos, y estamos repletos de patriarcas y matriarcas que manipularon a su antojo todos los aspectos del poder y la justicia del país. Hay patriarcas en su ocaso que parecen perder el control de sus estructuras por no abandonar las malas costumbres, o que terminaron arruinando brillantes carreras políticas o judiciales convirtiéndose en todo aquello contra lo que alguna vez lucharon, negaron o aborrecieron. Pero ahora que el círculo se cierra sobre ellos, o que están perdiendo su momento de poder político, ¿qué será del país? Se puede atrapar a los Muentes, Mayras, madrinas, pero si no se profundiza en renovar la sociedad, vendrán nuevos patriarcas con nuevos secuaces. Evitar eso está en nosotros. No pretendemos una sociedad pura, eso es imposible. Sin embargo es crucial mejorarnos como sociedad para salir de la crisis moral que tenemos. Ver a algunos políticos jóvenes es como asistir a un concurso de quién imita mejor a su cacique politiquero favorito. La balanza en Ecuador está desajustada y eso solo hará que cuando se vaya una casta la reemplace una peor.