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Guayaquil es de quien la vive

Avatar del Fernando Insua Romero

Por eso diría yo que el guayaquileño madera de guerrero es aquel que hace de su ciudad su hogar: la vive, la disfruta, la increpa, la comparte y la ayuda a ser mejor.

Maki afirmaba que cuando una experiencia espacial significativa es compartida por un número de personas, esta es la génesis de un espacio público. Si bien Guayaquil en muchos sectores carece de espacios comunitarios que permitan la convivencia ciudadana y formen un sentido de pertenencia hacia el lugar que es su hogar, en otras zonas pasa todo lo contrario: existen espacios comunes, con cierta libertad de acción (en la medida que la policía metropolitana lo permita), donde los ciudadanos no se apropian del espacio que les pertenece, abandonándolo y descuidándolo.

Nuestra ciudad tiene muchos puntos a favor, lugares interesantes que son pasados por alto por temor a salir (en muchos casos el temor se pierde si el destino es conveniente) o por un deliberado acto de no conocer o intentar aprender la oferta de vida que muchos sectores de la urbe brindan, tanto eventos culturales, como actividades comunitarias y lugares de diversión.

Muchos dicen ser guayaquileños pero solo lo son en la verbena; son simples guayaquileños de julio y octubre. El resto del año son ciudadanos que en su mayoría hacen alarde de no saber ni los nombres de sus calles. Y mientras aquellos considerados tradicionales y de cepa abandonan los barrios y dejan las casas patrimoniales destruirse, otros nuevos guayaquileños de lejanos orígenes sí se apropian de los espacios públicos. Tal es el caso de la comunidad china del centro-malecón: es muy común verlos salir a trotar, hacer coreografías de gimnasia, jugar bádminton y organizar reuniones de vecinos en la Plaza de la Administración. Incluso uno de sus miembros está restaurando un edificio patrimonial de la zona. Esto nos habla de que la identidad guayaquileña no es estática, está en constante evolución; así ha sido durante siglos: somos puerto de historias. Guayaquil es una ciudad que tiene muchos tesoros humanos y culturales, visibles y ocultos, listos para ser descubiertos, y espacios que están dispuestos a ser utilizados. Por eso diría yo que el guayaquileño madera de guerrero es aquel que hace de su ciudad su hogar: la vive, la disfruta, la increpa, la comparte y la ayuda a ser mejor.