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El mito de la nación joven

Avatar del Fernando Insua Romero

Si no, seguiremos en un rincón llorando con trastornos de edad

Ecuador es comúnmente referido como un país joven. Incluso nosotros mismos nos percibimos como tal. Pero, ¿qué significa realmente ser un país joven? La mayoría de las veces este término se utiliza para describir a un país que ha logrado la independencia política recientemente y, por lo tanto, se encuentra en una etapa temprana de su desarrollo. En este sentido, la idea de que Ecuador es un país joven es cuestionable. Si bien es cierto que Ecuador existe como nación desde 1830, no se puede afirmar que su desarrollo haya sido lento. Esta concepción de que los países jóvenes están destinados a tener un desarrollo lento y limitado no se sostiene al mirar el ejemplo de otras naciones verdaderamente jóvenes que han alcanzado un éxito notable. Corea del Sur logró su independencia en 1945 y en la actualidad es una economía altamente desarrollada y tecnológicamente avanzada.

Resulta aún más sorprendente pensar que cuando los primeros colonos en los actuales EE. UU. construyeron un pequeño fortín de madera en Jamestown en la Bahía de Chesapeake, Guayaquil ya tenía 80 años de existencia. El colegio Vicente Rocafuerte es más antiguo que cualquiera de las ciudades de la exitosa Nueva Zelanda. Y cuando se fundó la ultramoderna Tel Aviv en Israel, Guayaquil ya era una ancianita de 367 años de edad. Asimismo, cuando nació el moderno Estado de Israel, nuestra Universidad Central tenía 328 años. Sin contar además nuestra milenaria historia, que en vez de verla como un todo, la hacemos por ‘bloque’, como si antes de la independencia ‘nada existía’.

Es fácil llenarse de excusas para justificar vivir nuestra propia Edad Media. Podemos argumentar la colonización, las guerras, el imperialismo, etc., pero todas las naciones que he mencionado han sufrido lo mismo o cosas peores, incluso genocidios. EE. UU. pasó de sufrir el imperialismo británico a ser la primera potencia mundial en poco más de 150 años, con una espantosa guerra civil de por medio.

El éxito de una nación se basa en la calidad de sus liderazgos, la estabilidad política, la inversión en educación y tecnología, la apertura al comercio internacional y en dejar de justificarse y lamentarse. Si no, seguiremos en un rincón llorando con trastornos de edad.