La vida de los otros

En la diversidad de criterios radica el éxito de un sistema democrático
Mientras vivimos los estertores de un gobierno moribundo e ineficiente, nos encontramos inmersos en un campo de batalla desleal, de denuncias sin fundamentos y ataques personales. La campaña electoral, que ya nos satura en redes, nos bombardea con argumentos que carecen de cualquier relación con el debate de ideas o propuestas para el país. Se confunden los conceptos y no sé si estoy presenciando una campaña, una cacería de brujas o un proceso de desnazificación. Una candidata a la presidencia es sometida a todo tipo de ataques relacionados a mentir sobre su vida privada, género e incluso su familia, sin tener en cuenta en lo más mínimo su carrera personal o su proyecto político. Además, vemos cómo una candidata a la vicepresidencia es negada de un debate sobre su formación académica y su experiencia en el sector público, y solo se limitan a atacarla por una carta de recomendación que solicitó para poder formarse. Pareciera que, para algunos, la firma del recomendante es motivo suficiente para hacer la señal de la cruz, sin importar si los candidatos tuvieron una gran gestión como vicepresidentes, o si se preocuparon por formarse para ejercer la primera magistratura o si han tenido una destacada carrera como empresarios. Los ataques están dirigidos a su honor, sus familias, sus esposas o esposos e incluso, según uno de los candidatos, a su orientación sexual, aunque hoy en día eso no debería causar rubor o vergüenza. La gestión pública no se mide por con quién te acuestas, sino por los conocimientos y voluntad de servir con el que te levantas cada día.
En las campañas está bien discutir, enfrentarse y luchar por obtener ventaja sobre el oponente, siempre y cuando sea en el terreno de las ideas y las propuestas. Solo a través de la confrontación de opiniones podemos generar nuevas ideas y nuevos ciclos. En la diversidad de criterios radica el éxito de un sistema democrático. No debemos convertirnos en aquello que no queremos ser como sociedad, o como aquel que se quejó de la Asamblea y la oposición, y aún así sigue gobernando de manera deficiente, inventándose demonios que no existen.