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Florencio Compte: La arquitectura bonita según Trump

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A inicios del siglo XX regímenes totalitarios de tendencias opuestas edificaron enormes edificios neoclásicos...

Hace unas semanas el presidente norteamericano Donald Trump firmó la Orden Ejecutiva “Promover una arquitectura federal bonita”, en la que precisa que, para alcanzar ese ideal de belleza, los edificios federales deberán ser “neoclásicos, regionales o tradicionales”.

Dado que es difícil establecer qué es lo que para Trump significa regional o tradicional, al parecer la intención sería que las nuevas edificaciones federales se decantaran por el retorno al neoclasicismo.

Cierto es que, si nos atenemos al dudoso gusto estético del presidente Trump expresado en sus rascacielos y mansiones, más cercanas al kitsch, los arquitectos norteamericanos deberán empezar a preocuparse.

Si bien no se aclara en la orden a qué tipo de edificios federales se refiere, se asume que lo hace a los edificios de gobierno y residencias oficiales, como el Capitolio y la Casa Blanca, los que respetarían “el patrimonio arquitectónico” del país. Hay que destacar, sin embargo, que el neoclasicismo se introdujo en Estados Unidos en el siglo XIX como estilo federal y que tomó como referente a la arquitectura inglesa, es decir, esos edificios neoclásicos hacen un homenaje a su pasado colonial.

A inicios del siglo XX regímenes totalitarios de tendencias opuestas, como el de la Alemania nazi y el soviético, edificaron enormes edificios neoclásicos como símbolo de poder y control. Herman Giesler, uno de los arquitectos de Hitler lo explicaba de la siguiente manera: “La arquitectura revela en todas partes la mano genial de nuestro Führer. De él procede el más grande impulso creador… La arquitectura tiene pues que jugar un papel político y cultural”.

La respuesta norteamericana de esa época fue, por el contrario, el desarrollo de una arquitectura vanguardista de rascacielos en acero y vidrio que representara la modernidad, el poder económico, la audacia y, también, la democracia y la libertad.

Hoy, sin embargo, al igual que Hitler y Stalin, Trump quiere una arquitectura que simbolice el totalitarismo, la antivanguardia y la ruptura de los principios históricos de la democracia norteamericana.