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Florencio Compte | ¿Es Ecuador un país democrático?

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No existe mecanismo efectivo que determine que el incumplimiento de promesas de campaña

Parecería extraño que tengamos que plantearnos esta pregunta, ya que se asume que vivimos en un sistema democrático; sin embargo, si bien, hasta ahora, no hay un sistema mejor, este, en la mayoría de los casos, queda solo reducido a la participación eventual de los ciudadanos para, a través de sus votos, elegir a sus gobernantes. El hecho de que la democracia sea representativa conlleva su propia limitación ya que las decisiones que afectan al país y a sus habitantes se toman a través del mandatario (el que recibe el mandato) y de los organismos colegiados a los que van nuestros representantes electos quienes, muchas veces, deciden al margen de lo que fue su compromiso con los electores.

Si bien la ley obliga a que los candidatos a los distintos puestos de elección popular deban, obligatoriamente, presentar un plan de trabajo para el período en el que vayan a ejercer su cargo, rara vez se cumple lo escrito. No existe ningún mecanismo efectivo -más allá de disposiciones legales difíciles de cumplir- que determine que el incumplimiento de las promesas de campaña y planes de gobierno sea una causal inmediata de destitución. Si fuera así, nos quedarían pocas autoridades nacionales y seccionales y, probablemente, ni un solo asambleísta.

En una democracia, el rasgo más importante de un mandatario es el de respeto a quienes lo han elegido y a sus adversarios. En democracias más consolidadas que la nuestra, la oposición juega un papel clave para la toma de decisiones, cuando suele ser llamada para lograr consensos en pro del país. La búsqueda del descrédito al opositor es, lamentablemente, una práctica común entre nuestros políticos.

Una de las mejores definiciones de lo que es ser demócrata la dio Albert Camus, para quien este es “aquel que admite que un adversario puede tener razón, que por tanto deja que se manifieste y acepta reflexionar en torno de sus argumentos. Cuando unos hombres y unos partidos se hayan tan persuadidos de lo definitivo de sus razones como para estar dispuestos a cerrar la boca de sus contradictores por la violencia, la democracia no existe”.