Florencio Compte: Los ecuatorianos, según Pío Baroja
Tal vez habría que añadir una última clase: los que siguen creyendo en la palabra de los políticos
En 1904, durante una tertulia, el novelista vasco Pío Baroja definió a las distintas clases de españoles: “La verdad es que en España hay siete clases de españoles… sí, como los siete pecados capitales. A saber, los que no saben; los que no quieren saber; los que odian el saber; los que sufren por no saber; los que aparentan que saben; los que triunfan sin saber, y los que viven gracias a que los demás no saben. Estos últimos se llaman a sí mismos ‘políticos’ y a veces hasta “intelectuales”.
No difiere mucho de cómo deberíamos clasificar a los ecuatorianos. Probablemente habría que añadir otras nuevas categorías con las que pudiéramos completar, de mejor manera, a algunos ciudadanos de nuestro país. A saber (como hubiera dicho Baroja): los que hacen alarde de su ignorancia y la exponen en las redes sociales; los que, a pesar de saber, dicen lo contrario de lo que piensan a cambio de una buena paga; los que no tienen idea de que no saben, ni les interesa saber, ni les importa; los que creen saber de todo y opinan -y pretenden dar cátedra- sobre cualquier tema; los que creen que lo que se afirma en las redes sociales son verdades absolutas; los negacionistas de la ciencia que aseguran que lo hacen desde aseveraciones científicamente comprobadas. Tal vez habría que añadir una última clase: los que siguen creyendo en la palabra de los políticos.
Sobre las ideologías políticas, Baroja opinaba: “Todo eso de izquierda, derecha y centro yo lo veo muy claro en los descansillos de las escaleras, pero en la vida no lo noto absolutamente en nada”. Otro gran escritor, Jorge Luis Borges, en el Libro de Arena, escribía el siguiente epitafio sobre los políticos: “¿Qué sucedió con los gobiernos? Según la tradición fueron cayendo gradualmente en desuso. Llamaban a elecciones, declaraban guerras, imponían tarifas, confiscaban fortunas, ordenaban arrestos y pretendían imponer la censura y nadie en el planeta los acataba. La prensa dejó de publicar sus colaboraciones y sus efigies. Los políticos tuvieron que buscar oficios honestos; algunos fueron buenos cómicos o buenos curanderos”.