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Libertad de opinión y la difamación

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El debate está entonces en qué hacer contra aquellos que propagan falsas informaciones que atentan contra la salud y el bienestar de los ciudadanos.

Decía el director de la escuela donde me formé que “la pared y la muralla son el papel del canalla”. Contemporáneamente, la frase guarda relación hacia quienes se esconden en el anonimato para expresarse, muchas veces de manera calumniosa, y hacia quienes propagan supuestas noticias o verdades pseudocientíficas o extrañas interpretaciones religiosas.

Las redes sociales, como Facebook o Twitter, en la actualidad, se equiparan a esos muros donde se expresaban anónimamente aquellos que no tenían voz. Son millones de personas de todo el planeta quienes acuden a diario para enterarse de los últimos acontecimientos, de manera casi instantánea, e intercambiar opiniones sobre ellos. El uso de estas redes, sin embargo, también debe acarrear responsabilidades. Fácilmente se puede echar abajo la reputación de una persona simplemente reproduciendo alguna información sin que se tenga clara su veracidad o su origen, destruir una empresa o desinformar deliberadamente a la población por parte de “influencers” o supuestos líderes de opinión, quienes hacen aseveraciones sobre cualquier tema basados en creencias personales a las que consideran verdades absolutas.

Catherine Green y Sarah Gilbert, diseñadoras de la vacuna de Oxford contra la COVID-19, no solo tuvieron que luchar contra reloj para desarrollarla, sino que también tuvieron que enfrentar a los grupos antivacunas -contrarios a la ciencia-, resistencia de líderes religiosos católicos y musulmanes y a la incomprensión de la prensa, ávida de generar noticias y no de comunicar hechos. Como ellas indican: si guardaban silencio se las acusaba de falta de transparencia y si comentaban los avances de sus resultados entonces eran señaladas de falta de rigor científico.

El debate está entonces en qué hacer contra aquellos que, haciendo uso irresponsable de las redes sociales, de un micrófono de radio o de una tarima religiosa, propagan falsas informaciones que atentan contra la salud y el bienestar de los ciudadanos, y en la necesidad de debatir y redefinir los límites entre la libertad de opinión y la difamación.