Volver a la barbarie

Foucault alertaba que, contrario a lo que se pudiera pensar, las condiciones a las que se someten a los detenidos determinarán, fatalmente, su reincidencia’.
En 1975 el filósofo Michel Foucault presentaba en su libro Vigilar y castigar, un análisis de los mecanismos sociales y culturales detrás de los sistemas penitenciarios de la Edad Moderna. En la obra describía cómo los modelos de detención actuales, orientados a trasformar la conducta de los individuos, surgieron como alternativa a la humillación y a la eliminación de quienes infringían la ley.
La situación era tal que en 1787 Benjamin Rush escribía: “No puedo por menos de esperar que se acerque el tiempo en que la horca, la picota, el patíbulo, el látigo, la rueda, se considerarán, en la historia de los suplicios, como las muestras de la barbarie de los siglos y de los países y como las pruebas de la débil influencia de la razón y de la religión sobre el espíritu humano”.
Aún a mediados del siglo XIX continuaban las prácticas de castigos a quienes cometían delitos. Así lo describía Alejandro Dumas en El Conde de Montecristo, cuando llevaban a Edmond Dantès a conocer su celda: “aquí tenéis pan, agua en ese cántaro, y paja allí en un rincón. Es cuanto un preso puede desear”.
No fue sino después de la segunda mitad del siglo XIX cuando se empezaron a abolir los actos de suplicio a los presidiarios: la retractación pública, los trabajos forzados, los castigos físicos y la ejecución como espectáculo teatral. Se había pasado de entender al cuerpo como blanco de la represión penal al control de la libertad y a la redención del alma del imputado. La “civilización” y la “humanidad” se habían impuesto sobre la barbarie.
Foucault alertaba que, contrario a lo que se pudiera pensar, las condiciones a las que se someten a los detenidos determinarán, fatalmente, su reincidencia. La represión y el castigo solo favorecen el aumento del crimen. Destacaba también cómo el suplicio, en tanto acto ritualizado, debe ser entendido como un operador político.
Los llamados a reprimir a los delincuentes en lugar de atacar las causas de la criminalidad deben ser leídos solamente como acciones electorales desesperadas. Sin que importe dejar atrás lo civilizado y volver a la barbarie.