En estado de indefensión
Todos los días tenemos noticias de crímenes cometidos en todas las ciudades del Ecuador. Ningún conglomerado, grande, pequeño o mediano, está libre de asesinatos motivados por la resistencia del asaltado a que le roben su celular, su cartera o su reloj, cualquier prenda de algún valor que se atreva a portar al salir a la calle a trabajar o a divertirse o por cualquier otro motivo.
La selva urbana se ha vuelto más peligrosa que la selva amazónica, tanto que las autoridades ya no se atreven a describir la situación como una percepción. Pareciera que ahora se acepta que estamos en estado de indefensión a pesar del notable esfuerzo de la Policía.
Para hacer más grave la situación, ya casi no nos conmovemos con la reiterada información sobre estos delitos. Como se decía en un reciente editorial de Expreso, se da en nuestros días una inaceptable forma de anomia normalizada y, eso que parece un oxímoron, ocurre cotidianamente en el espacio de realismo mágico que es actualmente el mundo en que vivimos.
Sin embargo, cuando la persona cuyo homicidio se ha cometido es de algún relieve social, como que despertamos a la visualización de la anómala condición en que vivimos.
Ahora, el despertador es una apreciada ciudadana que trabajaba en una fundación que ayuda a los niños con cáncer.
Su asaltante, parece, fue un migrante extranjero que, en buena hora, fue perseguido por un policía que pese a estar franco decidió perseguirlo y logró capturarlo con la colaboración de patrulleros a los que dio aviso.
Ojo que lo de extranjero no tiene ninguna connotación xenofóbica. La mayor parte de los criminales involucrados con este tipo de delitos son nacionales.
En lo de fondo, más allá de la reflexión sobre las circunstancias que dan lugar a este tipo de actos desesperados -el asalto a mano armada y la resistencia a ser despojado-, cabe hacerlo sobre la incapacidad de los agentes de seguridad privados que tienen que presenciar impasibles el cometimiento de estos actos puesto que no cuentan con armas disuasivas para repeler a los delincuentes o peor todavía, poseyéndolas no se atreven a utilizarlas.