¿La punta del iceberg?

La alegría de la clasificación al Mundial debemos celebrarla estirando el “sí se puede” al combate de la corrupción
El gobierno debería aprender la lección que deja el marcador frente a Paraguay. (No hace falta aclarar que me refiero al fútbol.) Perdiendo se gana por los resultados de los otros equipos. Lo contrario también es cierto: pese a ganar, un determinado equipo se queda afuera del Mundial por los goles previos.
Ya en el Mundial, debe estar claro que los asuntos públicos no están funcionando como es debido, en trascendentes sectores de la vida nacional. ¿Qué corresponde hacer? Creo yo, como algunos de los ciudadanos con quienes mantengo diálogo, que el primer año de ejercicio del poder es una buena oportunidad para reformular políticas y refrescar los equipos, haciendo nuevas contrataciones o sacando del banco a unos suplentes que deberían ser titulares.
De momento no creo oportuno cambiar al director técnico. Me parece que tiene capacidades para lograr buenos resultados pero, también debe recordarse que después de más de trescientos días al mando, ya no se puede seguir culpando a los directores previos.
¡Que faltó poco para que se lleven hasta los estadios! Es cierto. Dos o tres chivos expiatorios no nos consuelan. Hasta en la FIFA, cuando se visibiliza la corrupción se producen cambios. Sin embargo, mientras ocurría a lo largo del tiempo, mucho tiempo, todo el mundo comentaba que el estilo de conducción era mafioso pero, como el capo era poderoso, nadie actuaba a fondo.
Por estas tierras, en la corrupción descubierta en una maternidad, haber arrancado la cuerda eliminando una o dos golondrinas flacas, no hace un verano. La corrupción que hay que erradicar es comparable con una bandada de gallinazos gordos que vuelan juntos de gobierno a gobierno y picotean carroña en los ministerios, en la industria, en los hospitales, en la administración de justicia. De no ser por algunos medios que se atreven a espantarlos, el país seguiría comentando sobre corrupción como quien comenta de fútbol.
¡Qué pena la banalización de la política! Y qué profunda su corrupción. Por eso el título de este cañonazo va entre interrogantes. Unos pobres conserjes no son la punta del iceberg. Son hambre.