La dolarización: veinte años después
La conclusión es que a la dolarización le favorece el hecho de que ningún gobierno puede manosear impunemente el valor del dólar.
El Wall Street Journal se refirió a la dolarización en Ecuador como “un salto al vacío”. Si lo fue, el régimen dolarizado probó ser el paracaídas. Recuerdo los encuentros, verbales y por escrito que, en su momento, sostuve con Jamil Mahuad y tengo presente su postura de que la dolarización era una locura. Finalmente tuvo que decidirse a decretar la muerte del sucre y a adoptar el dólar como moneda de curso legal. No fue suficiente para salvar su gobierno, pero fue necesario para evitar la estampida inflacionaria, y parar, con un solo golpe de timón, el descalabro total de la economía.
Comparto tres reflexiones respecto de las dos décadas de la dolarización. La primera es que la terminación del rol del Banco Central como instituto emisor y de reserva ha liquidado a la inflación, fenómeno que, al distorsionar la estructura de los precios relativos (los sueldos y salarios, por ejemplo, que se quedan rezagados), constituye el más regresivo de todos los impuestos. Con moneda propia, y en manos de Correa, el Ecuador hubiese quedado con hiperinflación, desempleo, más deuda, mayor marginación y presión migratoria.
La segunda reflexión es que la moneda y el ejercicio de la soberanía no tienen nada que ver lo uno con lo otro. En su primer siglo de vigencia el sucre pasó de una paridad de dos a veinticinco por dólar, y ascendió exponencialmente a 25.000 en sus dos últimas décadas como consecuencia de los desequilibrios fiscales y la deuda pública.
Al igual que el tema de los subsidios a los combustibles, la devaluación monetaria era un fetiche atado a la soberanía en una discusión interminable entre políticos que no entendían de la misa a la media cuáles son los factores que determinan el valor de una moneda.
Y siguen sin entender. La dolarización es aceptada por el 90 % de los ecuatorianos.
Sin embargo, la disciplina fiscal que impone su manejo es contraria a los designios de los gobiernos. El cuento de “proteger la dolarización” es una falacia recurrente espetada por quienes, contrariando la voluntad expresa de la gente, quisieran verla desaparecer. El manejo del tipo de cambio en Ecuador fue un instrumento favorito del centralismo que logró captar inmensos recursos de las actividades de exportación para sustentar el modelo de substitución de importaciones que persiste hasta nuestros días. Es una de las poderosas razones por las cuales la opción de volver al pasado simplemente no existe.
Finalmente, otra falacia recurrente, la de argumentar que se pierde competitividad por causa de la moneda fuerte, no se compagina con el hecho de que la devaluación (como la de Ecuador en 1999 y de Venezuela en tiempo presente) está asociada con crisis y no con recuperación económica. Ecuador tiene una economía débil que subsiste con una moneda fuerte. Es una paradoja sí, pero lo único que podemos afirmar es que, de no existir la paradoja, serían los ecuatorianos los que estarían copando, como ya lo hicieron en el pasado, las calles y aceras de ciudades extrañas, mendigando luego de que sus vidas fueron expoliadas por los gobiernos de turno.
La conclusión es que a la dolarización le favorece el hecho de que ningún gobierno puede manosear impunemente el valor del dólar.