Premium

Gabriela Panchana Briones | La claridad de la oscuridad

Avatar del Gabriela Panchana Briones

La primera certeza es que no podemos esperar decisiones sensatas de quien gobierna marcado por la indolencia y la banalidad

En estos tiempos oscuros que vivimos, es paradójico que sea precisamente la angustia de la tormenta la que nos ofrezca las únicas certezas a las que podemos aferrarnos. Como ecuatorianos hemos comprendido con dolorosa claridad varias verdades innegables.

La primera certeza es que no podemos esperar decisiones sensatas de quien gobierna marcado por la indolencia y la banalidad permanente. La falta de liderazgo y la prioridad de su interés electoral sobre el país y la gente común prueban que Daniel Noboa no está apto para el cargo de primer servidor de la república.

Otra certeza es que quienes gobernaron durante la mayor bonanza económica de nuestra historia tampoco representan una alternativa viable. Ellos sentaron las bases de la ineficiencia, el estatismo y la corrupción que hoy enfrentamos.

Una certeza incontestable es que la vulnerabilidad tiene rostros concretos. Mientras las élites políticas debaten en espacios climatizados, los más pobres son quienes sufren la falta de energía, quienes pierden sus pequeños negocios por la inseguridad asfixiante, quienes ven evaporar sus ahorros al perder sus empleos. La desigualdad no es un concepto abstracto: es una realidad que se profundiza con cada nueva crisis.

También tenemos la certeza de que la memoria política es nuestra mejor herramienta de defensa. Muchos que hoy se presentan como salvadores son socios o títeres de los que ayer nos saquearon. Sus promesas de cambio suenan huecas cuando recordamos sus alianzas convenientes y sus silencios cómplices.

Pero quizás la certeza más valiosa es que los ecuatorianos hemos desarrollado la capacidad de seguir adelante, de mantener la dignidad incluso cuando nos arrebatan la luz, la seguridad y las oportunidades. Esta resiliencia no debería ser motivo de orgullo para quienes nos gobiernan, sino su mayor vergüenza.

La última certeza es que la transformación que necesitamos no vendrá sin nuestra participación, cuando convirtamos nuestra indignación en conciencia colectiva, cuando rechacemos a los populistas mesiánicos y elijamos a quienes estén dispuestos a cargar con la mochila del país, diciendo la verdad, cueste lo que cueste.