Los sefarditas de Borbón
Desde la conquista y durante la colonia, los judíos peninsulares han estado vinculados a la vida cotidiana de las Américas.
La novela del esmeraldeño Guido Jalil intitulada “Del Caribe al Pacífico. Judíos, Kadish y Sinagoga” posibilita desde la Sociología de la Literatura resaltar la recuperación de temas como la diversidad, la multiculturalidad y la tradición oral en una provincia “fantástica” como Esmeraldas. No hacemos el análisis literario, eso se lo dejamos a los especialistas. Pero en la perspectiva de Lucien Goldmann destacamos, “La sutil articulación entre la vida social y el hecho literario, basada en la definición de “las estructuras mentales” antes que en la coincidencia de espacios y contenidos comunes”.
Desde la conquista y durante la colonia, los judíos peninsulares han estado vinculados a la vida cotidiana de las Américas, particularmente desde la expulsión de estos por los Reyes Católicos, 1492, hasta Felipe III, en el siglo XVII, por decisión del Santo Oficio de la Inquisición, que también incluyó a los moros. Rodolfo Puiggrós, destacó en su obra histórica “De la Colonia a la Revolución”, que España se rezagó del desarrollo capitalista cuando expulsó a los sefarditas y a los árabes peninsulares, al ser obligados a cristianizarse sino eran desterrados o iban a la hoguera. Estas personas aprendieron que para escapar de los tentáculos inquisitoriales, debían refugiarse en zonas rurales o lejanas donde no tenía presencia el Santo Oficio.
Jalil, con oficio, nos narra las vicisitudes y “las extrañas cosas que se sucedían en Borbón, tierra de asilo, en 1779, en la Real Audiencia de Quito, en una colonia variopinta de conversos arrepentidos, reconciliados fugitivos, devotos judíos”. Dice el autor, que esta lucha permanente por la supervivencia “es una parábola de vida, lucha contra los elementos y de goce existencial”, como lo demuestran Eliazar Salon e Isaac Perdomo, sus protagonistas. Jalil rescata un hecho histórico que ha sido tratado por el historiador Ricardo Ordóñez Chiriboga, por Manuel Grubel o el cineasta Yarov Avitov. Y, finalmente, resalta cómo estos inmigrantes forzados, pero trashumantes, colaboraron en la producción de una cultura influenciada por el contacto con la idiosincrasia de los grupos étnicos existentes en la localidad.