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Inés Manzano: Todo está cumplido

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tal vez como nos toca hacer ahora no solo en la fe sino en la gestión pública y privada, en el seno de la familia que va a trabajar y esparcir el bien

Como regalo para esta Cuaresma, mi esposo me extendió un libro del escritor español, sacerdote jesuita, Carlos González Vallés, mi favorito. El libro se llama ¿Muchos o pocos?

Las buenas personas que quieren un mundo de valores, ¿son más hoy, o menos? ¿Es el número lo que realmente cuenta? ¿O más valen pocos y buenos que muchos e inútiles? De ahí viene el dicho latino: ‘Non numerantur sed ponderantur’; no hay que contarlos sino pesarlos. El peso como sinónimo de valor, calidad; ¿es eso es suficiente? ¿Cuántos católicos -practicantes o no- hay en el mundo? ¿Cuántos siguen el hinduismo? ¿Cuántos son seguidores de Mahoma? ¿Cuántos profesan el judaísmo? Los números en realidad no deberían ser un orgullo ni los porcentajes estadísticos, es Dios quien debe estar en esos pocos o muchos, quien les da la fortaleza y el entendimiento de sus talentos.

Lucas, el apóstol médico, de Antioquía, es el único que en su evangelio nos cuenta cómo creció la Iglesia después de la muerte de Jesús. Once apóstoles iniciales, María y sus primos. Luego nos habla de que “eran unos ciento veinte”. Llega Pentecostés y “aquel día se les unieron unas tres mil almas”, y la última cifra que nos da es “el número de hombres llegó a unos cinco mil”.

Asimismo, es el primero que habla de las mujeres, de los sacerdotes judíos convertidos al cristianismo, de los griegos, de la conversión de Pablo, y de recordarnos “entretanto, la Palabra de Dios crecía y se multiplicaba” y “crecían en número de día en día”.

Nuestra vocación entonces es crecer, tal vez no es el número, sino comenzar por poco, antojarnos a Jesús (en palabra de Christian Bakker) y llegar a mucho; de ocupar lugares en el mundo para hacer el bien, como nos ha dicho Jesús en sus enseñanzas del grano de mostaza, que “echa ramas tan grandes que las aves del cielo pueden anidar a su sombra”.

No somos nadie, un pequeño rebaño, pero podemos ser todo. Esa es la trayectoria, humilde y certera; es la promesa de quien acaba de ser crucificado. Y aunque tengamos momentos de altos y bajos, lo cierto es que también la historia nos dice que por más que la calamidad acabe con muchos, esos pocos que sobreviven se reponen, se apoyan y se esfuerzan, tal vez como nos toca hacer ahora, no solo en la fe, sino en la gestión pública y privada, en el seno de la familia que va a trabajar y a esparcir el bien o el mal de lo que ha aprendido en comunidad. Y esta perspectiva debe ayudarnos a vivir nuestro presente.

Hoy estamos acompañando a la madre del número uno. Solo Él bastó para iniciar y cambiar la historia de ‘ojo por ojo’ a la de amor y misericordia.

Cuando Jesús estuvo en la cruz, en su dolor físico, mental y espiritual, dice una frase: “Todo está cumplido”. Entrega su vida con un ejemplo de obediencia y de amor. Estando Dios a su lado le bastaba, porque lo que sucede al día siguiente es la recompensa, la victoria de creer que los cambios suceden con Dios.

Termino con una reflexión para nosotros en este Sábado de Vigilia, tomando la pregunta que hizo en su momento el papa Benedicto XVI: ¿Estoy cumpliendo tu voluntad? ¿Estoy haciendo lo que tú quieres de mí? Para que al final de nuestra frágil existencia podamos decir: todo esta cumplido.