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Inés Manzano | Deja que mi gente vaya a surfear

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Aún no sabemos cómo establecer cooperaciones basadas en autenticidad de intenciones

De padre francés canadiense, que había llegado a tercer grado de educación, instalado en Maine. Hasta los 7 años hablaba francés en EE.UU. hasta que su familia se muda a California y el inglés que no podía hablar comienza a aprenderlo. Aprendió a escalar antes que a caminar. Reciclaba para pagarse la gasolina de su carro, que usaba para vender sus productos artesanales para los escaladores. Los fines de semana se enamoró de la costa californiana, Malibu. En 1980 se retira de la Dirección Ejecutiva de su empresa, sin alejarse de la planificación estratégica. Inicia y respalda lo que ninguna otra empresa a nivel mundial ha hecho hasta ahora: pedir a sus consumidores que no compren mas, que mas vale les repara gratis, o una empresa que haga campaña contra un acuerdo comercial internacional que hubiera favorecido sus suministros. Él se llama Yvon Chouinard y fundó Patagonia, compañía estadounidense de ropa para actividades al aire libre.

Todo esto cautiva, y en este mes del ambiente y los océanos decidí leer su libro con el título de este editorial. M recordó al proyecto que hacemos desde el colectivo Mareas Vivas: proteger las olas. ¿Por qué? Porque necesitamos conservar y concientizar, educar y aprender, conectarnos y desconectarnos, agradecer y sentir; y porque nos enamora y apasiona la vida que nos da vida, como es la biodiversidad marina.

Si bien Ives lo titula por motivos diferentes, tratando de hacer sentir que la naturaleza y las personas deben estar bien con sus temas personales, porque ya el trabajo genera estrés. Y el manual filosófico para los empleados de la misma Patagonia terminó siendo un libro donde confiesa que el crecimiento económico es el gran elefante en la habitación, así como hablar de fabricación sostenible es un oxímoron. Y lo valioso que es vivir y observar la naturaleza para comprender cómo llevar un negocio con el menor daño posible al ambiente.

Por otro lado, el periódico The Guardian publicó en mayo un reporte especial basado en preguntarles a 380 científicos climáticos ¿Qué sentían sobre el futuro? Contestaron algunos: “tengo miedo, no veo cómo podremos salir de este problema” “Desesperanzado y roto” “Vamos a llegar a 2.5 grados adicionales”. Si a eso sumamos que hace pocos días se cuestionaba al Gobierno de Biden que se requieren 53 trillones de dólares para ser carbono neutral al 2050 sin conocer certeramente en cuánto contribuirá a reducir la temperatura global; parecería que vamos sin brújula hacia metas cuestionables.

Me temo que la declaración del autor es una posible realidad: “Si el gobierno, el sector privado y la ciencia no comienzan a cooperar de inmediato para abordar los problemas de degradación ambiental, la Tierra perderá su capacidad de regenerarse”. Aún no sabemos cómo establecer cooperaciones basadas en autenticidad de intenciones. Aún vemos el celo de las empresas en acercarse a los ministerios o los gobiernos locales, y a la academia. Así como estos aprovechan su falta de aplicación de sus objetivos al servicio de una sociedad y su impacto en el ambiente. Hay que ser maduro en estos ejes, más cerca de los ciudadanos y sus preocupaciones que el Estado. Hay que tomar decisiones en el contexto de que estamos en una crisis ambiental.