Todo el honor y la gloria

El relato vivido de las visiones de la beata Ana Catalina Emmerick nos hace sentir que Jesús es un Dios vivo, y que nuestro Padre en su infinito amor permite el inicio de la salvación...
“Os ha nacido hoy un Salvador, que es Cristo, el Señor. Por señal os doy esta: encontraréis al Niño envuelto en pañales, echado en un pesebre”, decía el ángel a los pastores que vivían en el campo cerca del pesebre, tranquilizándolos al ver un resplandor inusual en la noche.
Se sentía la alegría en animales y hasta en las pequeñas flores del campo, y lo asombroso es que aún se siente cada 24 de diciembre al acercarse la medianoche. La devoción y respeto que se muestran porque alguien único - un Dios- nació, fue la de la burrita que era de María y José, que se acercó a Jesús con suma delicadeza, se detuvo frente a Él y se arrodilló, bajando muy despacio su cabeza, hasta poner su frente en el suelo para adorar a Jesús. María y José lloraban emocionados.
Luego fueron visitados por los pastores, y en un acto de consciencia del momento y de amor, María extiende a su adorado hijo para que los pastores lo puedan acercar a su corazón.
Como madres sabemos lo difícil que es entregar a un hijo para que lo tomen en los brazos, pero como lo sabía María, ese hijo suyo venía al mundo a cambiar la venganza por el amor, la indiferencia y el egoísmo por la entrega e inclusión; Jesús ha hecho lo suyo desde el vientre.
Recibió regalos útiles para su momento, como pájaros, huevos, miel, hilos, seda y junco, aparte de incienso, mirra y oro.
Previamente, María y José habían preparado su viaje a Belén, dejando la comodidad de lo conocido y la familia, yendo al encuentro de vicisitudes, descansando en posadas con personas amables, caritativas y también sintiendo el rechazo.
José, un esposo dulce, preocupado e inconsciente tal vez de la gran responsabilidad que le había encomendado Dios, necesitaba que María descanse. Aún no entendía, mientras buscaba alojamiento en Belén, que Dios tenía otro plan.
Cenaban panecillos y frutos secos, y no faltaba abrigo y calor durante las noches de peregrinación y la del 24.
José con sus actos demostraba el amor a María y a su hijo.
El relato vívido de las visiones de la beata Ana Catalina Emmerick nos hace sentir que Jesús es un Dios vivo, y que nuestro Padre, en su infinito amor, permite el inicio de la salvación en la gruta con un pesebre humilde.
Lo mismo ocurre con David, cuando atribuye todo al Señor. No es el hombre, con su inteligencia y su fuerza, el artífice de los avances y de lo que se ha llevado a cabo para mejorar el bienestar, sino Dios mismo. Todo viene de Él: nuestra intuición, nuestro saber diferenciar el bien del mal -ya luego el libre albedrío hace que escojamos-, nuestros logros, nuestra capacidad de conocer y aprender, nuestras habilidades. Pero además, como bien Jesús decía a sus 33 años: “Yo soy la vid, sin mi nada podéis hacer”. Es la fuente, el origen, la recarga, el oasis; a Él se acude en lo incierto y lo cierto, en la alegría y la gratitud.
Las posadas, el camino incierto y las personas que encontraban; los atajos, la búsqueda, la angustia, el amor de ambos, la serenidad de María, fueron la antesala a la gloria.
Encontrémonos hoy en el amor, despertemos de la inercia del brillo momentáneo, regalemos tiempo, escucha y lo necesario; y que la humildad de los grandes inspire nuestras decisiones y la vida misma dada por Él.