Victoria

No nos dejemos ganar por el olvido. Ese riesgo se minimiza con la perenne reflexión de ¿qué vida debo llevar?, ¿qué ejemplo quiero dejar?
Si hay que definirla en una palabra y adjetivo sería: hermosa. En todos los aspectos.
Hace poco me encontraba sentada contemplando sin palabras acertadas a una madre deshecha ante su hija sin vida. Un padre cohesionando a su familia ante este inesperado evento. Y familia y amigos profunda y genuinamente empáticos.
De la única conversación que pude mantener en ese momento, a manera de reflexión, con dos mujeres valiosas y creyentes, era que había un aprendizaje para cada uno de los que estábamos ahí, sensibles ante el hecho. Y que el consuelo es saber que hay un encuentro con Dios, un recibimiento a una hija amada, un paso de retorno a los brazos de la Virgen María, y una certeza de que le espera vivir la grandeza y esplendor de Dios. Y por supuesto, que amamos a nuestros amigos más allá de lo que nos imaginamos cuando se viven estas circunstancias; las distancias desaparecen y solo se ve la unión de corazones.
Si bien creo en la oración, también en reflexionar que cada muerte trágica trae consigo un gran dolor. Pero cuando arrebata a una joven es inmenso, insoportable sin la ayuda de Dios. Y uno con todo su corazón debe unirse a su sufrimiento, acompañando en el silencio.
Es la empatía un valor que proviene del amor. Y esta columna desde su inicio quería y explicaba que hay una nueva ciudadanía que debe ser motivada y despertada a través de los valores; por eso encuentro sentido en hablar de un tema que evidencia valores en el dolor.
El papa Francisco en una ocasión reflexionaba cuando muere una persona joven, diciendo: “Cuando perdemos un papá o una mamá, somos huérfanos: hay un adjetivo. Huérfano, huérfana. Cuando el cónyuge se pierde en el matrimonio, quien queda es un viudo o una viuda: hay un adjetivo para esto. Pero cuando se pierde a un hijo, no hay adjetivo. La pérdida de un hijo es imposible de ‘adjetivar’. He perdido a mi hijo: pero, ¿qué...? No, no: no soy ni huérfano ni viudo. He perdido a un hijo. Sin adjetivo. No hay ninguno. Y este es su gran dolor”.
Asimismo, en otra ocasión más reciente dijo: “La muerte nos ayuda a ver la vida como una ocasión que Dios nos da para amar a los demás y hacer el bien, quitando del corazón la ambición, el rencor y el resentimiento”.
El Evangelio nos recuerda que la muerte llegará como un ladrón cuando menos lo esperamos; y esto a todos, seamos creyentes o no.
No nos dejemos ganar por el olvido. Ese riesgo se minimiza con la perenne reflexión de ¿qué vida debo llevar?, ¿qué ejemplo quiero dejar?, ¿qué familia quiero construir?
En mi caso, los padres de Victoria hablaron con sus gestos de amor, de unión, y sobre todo de templanza. Y ahora, como decía, nos toca esa reflexión propia, personal, sobre lo visto y vivido.
La otra parte de la moneda es entender que también existen muertes de jóvenes en nuestro país, que no puede haber indiferencia ante ellas, que las causas pueden ser diversas, pero tienen una raíz que el sistema nuestro debe erradicar, y que nuestra conversación en familia debe sensibilizar.
En fin, termino invitándolos a vivir sabiendo que vamos a morir, y darnos la oportunidad de practicar la sabiduría para llegar a un encuentro donde hayamos usado nuestros dones de la mejor manera.