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Iñigo Balda: Un hombre valiente

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Él fue lo suficientemente valiente para tomar la posta y aceptar el trono de San Pedro

Hay sucesos que marcan los tiempos. Todos sabemos dónde estábamos cuando nos enteramos del ataque de las Torres Gemelas. Todos nos acordamos dónde gritamos ese gol de Kaviedes que nos clasificó al mundial del Corea y Japón, el primero de la Tri. Todos nos acordamos qué sentimos al ver las devastadoras consecuencias del terremoto de Manabí. Esas cosas nos marcan. Otra generación tuvo el asesinato de John F. Kennedy. Los cristianos también sumamos a esa lista de memorias la muerte de los santo pontífices. Este Lunes Santo amanecimos con la noticia del fallecimiento del papa Francisco, quien ya llevaba unos meses frágil de salud. A pesar de ello, mantuvo una agenda y la llevó a cabo dentro de lo que su cuerpo le permitía. En los últimos días se reunió con el vicepresidente de los Estados Unidos, J. D. Vance, quien pidió rezar por la salud del Santo Padre. El domingo estuvo presente en la bendición ‘urbi et orbi’, en la que tuvo una brevísima intervención, dando paso a la lectura de lo que él redactó por parte de otra persona debido a su condición. Si bien la salud y el físico no lo acompañaban, la cabeza la seguía teniendo lúcida hasta el final.

El siglo XXI, como cualquiera otro, tiene grandes retos que hay que sobrellevar. Uno, siempre lo digo, es la crisis de gobernanza mundial a causa de la degeneración de la clase política. La otra es la revolución tecnológica que toca todo, sobre todo las comunicaciones. La Iglesia, que es muy lenta en reaccionar a los cambios en general, tuvo con Juan Pablo II un líder dinámico que fue adaptándose de buena manera a un ‘mundo pop’. Pero al estallar el escándalo de los abusos de la Iglesia, mezclado con una izquierda global con ganas centenarias de arrasar con dicha iglesia y un Papa muy envejecido, cogió de sorpresa a una parte del Vaticano. La forma de reaccionar de la Iglesia, lenta hasta no investigar a fondo para tomar cartas en el asunto y hasta dónde llegaba el escándalo, iba más lento que la reacción de la gente y de la investigación periodística, que seguía encontrando nuevos casos y cómo se tapaban sistemáticamente. Benedicto XVI, Joseph Ratzinger, fue un auténtico hombre pío. Pero más que un hombre moderno, era un hombre de estudio teológico y de profunda fe. Este escándalo lo sobrepasó, siendo una de la razones principales por las que sentía que debía dar un paso al costado. Es aquí cuando en medio de toda la convulsión social apareció el cardenal argentino Jorge Bergoglio. Afable, con buen manejo del lenguaje y muy conectado a la gente, está claro que la Divina Providencia había escogido bien a quién debía liderar a la Iglesia en una época convulsa. Él fue lo suficientemente valiente para tomar la posta y aceptar el trono de San Pedro.

El papa Francisco entendió que había que investigar a fondo, pero que sobre todo había que acercarse a las víctimas, a las personas a las que se había abandonado. Esa disposición del Papa de pelear por el más desfavorecido, de tener un mensaje de empatía es lo que llevó a que muchos hayan querido sacar de contexto sus palabras para llevarlas a su barrera ideológica. Obviamente no fue un hombre perfecto, obviamente tuvo fallos. Hay cosas que pudo hacer mejor. Hay gente que lo quiere, otros que lo repudian, pero si algo hay que resaltar del papa Francisco es que fue un hombre de apertura y un hombre valiente. Que en paz descanse, ojalá disfrutando de su querido San Lorenzo.