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Nicaragua siempre ha sido un verso suelto, en el que han pasado historias delirantes.
La situación que atraviesa Nicaragua es insostenible. ¿Cuánto tiempo llevamos escuchando esa frase? Demasiado tiempo, y parece que al final la situación, a la fuerza, es sostenible ya que el dictador de izquierdas bolivarianas Daniel Ortega sigue gobernando con puño de hierro y plomo en general en todo el país.
La semana pasada, mientras en Ecuador nos centrábamos en los resultados de las elecciones locales, Ortega decidió dar un zarpazo (otro más) a una oposición a la que solo puedo describir de heroica, deportando a 222 opositores y presos políticos, y a todos estos les han aplicado la muerte civil, mediante la cual han perdido la ciudadanía nicaragüense. A quienes no aceptaron la deportación, directamente los envió a la cárcel, a que se lo vuelvan a pensar, como al obispo de Matagalpa, Rolando Álvarez, condenado a 26 años de cárcel. Esto es solo una muestra más de la obsesión de Ortega con erradicar la crítica a su persona en particular, y de su obsesión con destruir a la Iglesia católica.
Nicaragua siempre ha sido un verso suelto, en el que han pasado historias delirantes, como la del gringo Walker, que llegó al país como mercenario de paso y terminó como presidente; por lo que tiene mérito que Ortega cada día encuentre una forma nueva de sobrepasar los límites de lo absurdo, como absurda es la frialdad con la que el resto del continente actúa con la persecución constante y abatimiento del sátrapa Ortega a su propio pueblo. Es tal el grado de hostigamiento que hay en Nicaragua por parte de los Ortega (ya que su mujer es la vicepresidenta del país) que se calcula que el 4,9 % de los 6,6 millones de habitantes que se calculó en el último censo en Nicaragua abandonó el país en el año 2022, y se calcula que desde que Ortega regresó al poder en 2007 un total del 10,42 % de la población total de Nicaragua ha emigrado a causa de las persecuciones o expulsiones del tirano.
Estados Unidos recibió a los 222 disidentes incrédulos al ver cómo Ortega, con el vuelo ya en territorio norteamericano, informaba a las autoridades estadounidenses y a los propios afectados que les quitaba la nacionalidad nicaragüense, quedando apátridas. Washington los recibió y los tiene en un hotel en Dulles (a 40 km de la capital) hasta decidir qué hacer con ellos. En Managua quedan 39 presos políticos más, a pesar de que Ortega ha salido a decir que ya no tiene presos políticos en sus cárceles, ya que los ha expulsado. Pocos gobiernos han protestado por el nuevo hecho, sobre todo el Vaticano, por medio del Papa y, sorpresivamente, España, que con el actual gobierno suele estar alineado con los Ortega. 10,42 % de una población desplazada es una burrada por donde lo mires, y eso ocurre debajo de nuestras narices, y con apenas crítica del resto de países de nuestro entorno, unos cansados de alzar la voz, otros porque Centroamérica les es indiferente, y los otros sátrapas bolivarianos y gobiernos de izquierda del continente directamente porque no están en desacuerdo con lo que hace Ortega, o lo hacen ellos mismos, como Castro en su día, Maduro en Venezuela, y Arce, que apunta a lo mismo en Bolivia.
Cuando es una tendencia, no es una casualidad; avisados estamos.