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Israel y la voz divina

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Las protestas contra la reforma judicial propuesta por el primer ministro Benjamín Netanyahu han explotado

Normalmente se habla de Israel en el contexto de política internacional por alguna polémica relacionada con algún otro país. Pocas veces hablamos de Israel propiamente, y cuando lo hacemos suele ser porque hay que repetir elecciones. El domingo las protestas contra la reforma judicial propuesta por el primer ministro Benjamín Netanyahu han explotado, pasando de importantes a multitudinarias e imposibles de no tomar en serio. Para entenderlas hay que tener claras algunas cosas sobre cómo funciona Israel. El poder en Israel se divide en 3 ramas: el Knéset, que es el congreso unicameral que elige al segundo poder; el Gobierno, y el tercer poder, que es el Judicial, con el Tribunal Supremo (TS).

Israel es uno de los seis países que operan sin constitución. Tiene unas Normas Básicas basadas en la declaración de independencia del Estado de Israel. De estas 13 leyes, la de derechos humanos y libertad tienen estatus de ley suprema y cualquier ley contraria a ese espíritu es inmediatamente vetada por el TS. Israel tiene además un rompecabezas electoral complicado, con partidos de izquierda radical hasta judaicos ultraortodoxos. En elecciones se vota a 120 representantes al Knéset y normalmente los principales partidos del país sacaban una mayoría suficiente o podían pactar con uno u dos partidos minoritarios para gobernar, pero en los últimos cuatro años el panorama se complicó, ya que los partidos minoritarios han ganado relevancia. En las elecciones del año pasado el principal partido de derecha (Likud) logró conformar gobierno con varios partidos minoritarios (marginados) de extrema derecha, que desde hace algún tiempo han mostrado su descontento con algunas decisiones del TS y llevaban siempre en sus programas proyectos para reformar el sistema judicial. La nueva ley presentada por el gobierno de coalición de Netanyahu se basa en que el TS tiene demasiado poder por encima del Knéset, que ha sido escogido por elecciones libre, a diferencia del TS, que es escogido por un comité de 9 personas (3 jueces del supremo, 2 abogados, 2 legisladores y 2 miembros del gobierno), por lo que proponen cambiar a 11 (2 representantes públicos, ministro de justicia, 3 miembros del supremo, 2 ministros de gobierno, y 3 legisladores líderes de mesas) dándole virtualmente el control del supremo al gobierno de turno. Otro punto caliente de la reforma es que el Knéset puede declarar no válida una decisión del TS, ya que interpreta que el Knéset, al ser elegido por voluntad popular, está por encima del TS y por ende puede tomar esta decisión si el 61% de la cámara lo decide. También la nueva ley da al Tribunal Rabínico poder para sentenciar en asuntos civiles con ley religiosa. Estos dos principales puntos son los que más han despertado las críticas de los israelíes, que han tomado las calles para demostrar su oposición a la ley propuesta. El domingo por la noche 700 mil israelíes salieron, en la protesta más grande de su historia (9M de población) por el fulminante despido del ministro de Defensa, al decretar que las protestas habría que escucharlas ya que el no hacerlo pondría en peligro la seguridad nacional. El Ejército de Israel se alimenta sobre todo de la reserva, que debe hacer prácticas y maniobras un mes al año. Los reservistas están en contra de la nueva propuesta judicial ya que, pese a que son los ultraortodoxos los que están a favor de nuevos asentamientos, son ellos los que dan la cara, por estar los ultraortodoxos exentos del servicio militar. A Netanyahu y sus socios les hace falta saber escuchar un poco de su propia reforma: ‘vox populi, vox Dei’.