Bernie Sanders
"EE. UU. construyó su identidad por 50 años como el defensor del capitalismo y la decencia frente a la represión, crueldad e ineficiencia de la URSS (...)"
Empezó la carrera demócrata y Bernie Sanders está ganando. Todo un escándalo. ¿Por qué? Porque no esconde lo que es, más bien lo usa como bandera, deletreando cada letra: socialista. A sus futuros votantes los invita a unirse a la revolución; su objetivo es reemplazar el sistema económico por uno justo. Hoy encabeza la contienda y lo más probable es que lo continúe haciendo. Hace 30, 20, 10, incluso 5 años, que su discurso tuviera cabida era inimaginable. Estamos hablando de la nación que ve su grandeza como producto de la libre empresa. EE. UU. construyó su identidad por 50 años como el defensor del capitalismo y la decencia frente a la represión, crueldad e ineficiencia de la URSS, temiendo constantemente que esas ideas llegaran a Latinoamérica, su “patio trasero”. Ya no tienen que preocuparse por eso, hoy están en su casa. ¿Cómo fue posible? (i) Por un evidente rechazo al sistema económico y político actual y (ii) Porque Trump no solo definió a su partido, sino también a la competencia. Para tener oportunidad contra él, ser tibio no sirve. Solo un discurso igual de fuerte, al otro extremo, es capaz de hacerle frente. Un discurso que no aburra, que emocione. Que no busque consensos, sino que ofrezca lo imposible. En esta competencia de gigantes, ¿quién gana? Aunque es difícil realizar proyecciones, la balanza está del lado republicano gracias a su gestión en materia económica: el desempleo ha bajado a niveles récord. De ahí que el 69 % de la población lo apruebe. Tal vez les disguste su forma de ser, pero lo defienden como un administrador capaz. Y la tranquilidad financiera que representa un candidato puede ser suficiente para darle su voto. Y segundo: los dos discursos son extremos, pero, gran diferencia, Trump hace mención a los valores fundacionales de la nación, que ya han traído resultados; Sanders defiende principios extranjeros, importados, que durante mucho tiempo como país decidieron combatir. Es entendible que el ciudadano apartidista termine apostando por aquel con el que la tradición le permita identificarse. Después de todo, también en política más vale malo conocido que bueno por conocer.