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Jaime Rumbea: Acusado

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Existe un solo acusado al que los abogados no defienden: la justicia

El peor arreglo es preferible al mejor de los juicios. Es casi una máxima entre abogados cuando aconsejan a sus clientes. Pero pocos reparan en la contradicción que encierra. Son precisamente ellos -formados durante años en el arte del juicio, el proceso, el alegato, los plazos, las solemnidades, los códigos y las leyes- quienes, con total soltura, recomiendan prescindir del examen de la justicia para el cual se han licenciado.

 No vemos algo similar en otras profesiones. ¿Acaso un relojero suizo aconsejaría optar por un reloj digital en lugar de uno mecánico? ¿Ocurre que los arquitectos concedan el diseño de una casa a los ingenieros, o que estos deleguen en los arquitectos la optimización estructural de una construcción?

Que los abogados puedan ser hábiles en los arreglos, nadie lo discute. Pero esa no es ni su formación ni su especialidad. ¿Por qué rehúyen su verdadera responsabilidad? Si han hecho del sistema judicial su campo de estudio y sustento, ¿por qué no hacerlo funcionar para sus clientes? Es el único acusado al que no defienden.

Podría detenerme en la crisis de la judicatura, pero eso ya lo hacen, a diario otras columnas. Recurro a la historia, que pocos se atreven a contradecir cuando la escribe un premio Nobel, también abogado. Decía Mommsen sobre el sistema legal en que se fundan nuestras instituciones que “nadie, sin embargo, abrió al derecho tan mortales heridas como los abogados y sus prácticas: bajo el florecimiento parásito del bello lenguaje empleado en los discursos forenses, habían sido ahogadas las nociones positivas del derecho, y ya no se encontraba en las prácticas de la jurisprudencia la línea divisoria, por lo común imperceptible para el pueblo, entre la simple opinión y la prueba”.

La confusión interesada que garantiza a los abogados el monopolio de la justicia oficial -esa justicia particularísima, protegida por la fuerza pública cual mercado cautivo- no puede ser, a la vez, denostada y protegida, disuadida y promovida por quienes la controlan. Referida también a La Historia de Roma es esta otra cita: “Es necesario decir que aquellos vicios afectaban también al procedimiento civil… César un día consintió (y se recuerda de él este hecho) que Pompeya amordazara a los abogados”.

Por eso no habrá reforma judicial, ni en nuestro país ni en Occidente, mientras no se pongan los puntos sobre estas íes de la abogacía. Bien decía Mommsen hace ya algún tiempo: “Sin duda es difícil destruir en el espíritu de la muchedumbre el sentimiento sagrado y el respeto al derecho, pero mucho más difícil es hacerlos renacer”.