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Jaime Antonio Rumbea: Poco a poco

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Nadie duda que el político aspira hacer un gran trabajo, dejar un gran legado, con el que su pueblo se identifique

¡Pero si va desnudo! Es la frase con la que el niño que está parado en la vereda viendo el desfile del traje nuevo del emperador desviste realmente al soberano y rompe la risotada del pueblo. Nadie antes que el niño había reparado en que el emperador iba desnudo. O, digamos, todos lo sabían pero nadie se atrevía a decirlo, porque cada quien estaba ponderando los efectos de abrir la boca. La historia que se contaba desde semanas atrás en el pueblo era una mentira disfrazada, un secreto a voces, orquestada por un par de pícaros, mientras la verdad estaba oculta bajo el manto del miedo y la conformidad. Así de inconsistente es la expectativa ciudadana de que los políticos quieren, o siquiera tienen la capacidad de cambiar el destino y la vida de los ciudadanos para mejor. Tristemente, allí se asientan todas nuestras instituciones. Se dice desde la Grecia antigua que la representación política se basa en la identidad entre representado y representante. Puesto de otra forma: que el emperador y su pueblo vean el nuevo traje con los mismos ojos. Los ojos del bien común, los de las prioridades populares.

Cuando surgen desfases entre esas identidades y visiones del mundo, crece la desconfianza y la apatía, se socava la legitimidad del gobierno y se trastoca la esencia misma de las instituciones. El resultado puede ser una sociedad desencantada y desilusionada, donde la participación disminuye y el cinismo crece. Me siento identificado desde hace muchos años con ese diagnóstico.

Hay personas que hacen hoy en día el papel del niño del cuento, dispuestos a señalar su verdad, su expectativa del poder, sus prioridades en la gestión de lo público, su visión del poder. Son los que valen, pues no hay malicia en su opinión. Trazan pistas para el político: el traje está muy transparente, o muy opaco, muy oscuro, o quizá hasta ridículo: le pasó al emperador, paseando desnudo. Los primeros suelen ser caricaturistas, tan dados a la amplificación de defectos y virtudes, guían fáciles correcciones: recorta aquí, agranda allá, y la caricatura pasa a ser honesto perfil. Pero son también otros, incluso los políticos fuera y dentro del gobierno, los que pueden contribuir a que el traje del emperador, su accionar, en su certera voluntad de hacer lo mejor, coincida cada vez más con la identidad y las prioridades de consenso nacional.