Jaime Antonio Rumbea: Gobernar es también destruir

Si es que el presidente tiene grandes ideas y ambición, puede ser el momento
Catón el Viejo, senador romano, cerraba cada discurso con la misma sentencia: ‘Ceterum censeo Carthaginem esse delendam’ (Por lo demás, opino que Cartago debe ser destruida). No importaba si hablaba de trigo, impuestos o reformas del Senado; su obsesión con la amenaza cartaginesa se convirtió en proverbio. Años más tarde, Roma destruiría Cartago hasta la última piedra y sembraría sal sobre sus ruinas. Fue una decisión política y estratégica, no moral.
Ecuador está por presenciar la posesión de un presidente que, con una decisiva y legítima victoria y una cuasi mayoría en la Asamblea, enfrenta un dilema que recuerda la obsesión de Catón. ¿Debe destruir a Cartago? No hablamos de una ciudad enemiga, sino de un sistema político. Uno que no es culpa de nadie y lo es de todos, heredado de hace un par de siglos, sin remozarlo en sus cimientos; cual anciano incapaz, dominado y pervertido por el jefe de turno, a su favor. Historia vieja, pero nuestra memoria alcanza, en el mejor de los casos, apenas unas pocas décadas.
Cartago debía ser destruida, según Catón, por su irreductible capacidad para poner en peligro a Roma. Acá hay dudas de si el socialcristianismo, el correísmo o el movimiento indígena pueden siquiera representar peligro para el nuevo gobierno (Nebot, Correa o Iza); en verdad el riesgo es otro: el andamiaje legal que da vida al estado nación moderno, tributario de la revolución francesa y del código napoleónico. El nuevo presidente tiene, por primera vez en mucho tiempo, y con electorado joven, las herramientas para desmontar ese andamiaje, que solo ha sido, hasta ahora, recapeado. Aquí el adagio romano adquiere nuevas capas. ¿Qué significa ‘destruir’ en democracia? ¿Excluir? ¿Reprimir? ¿Aniquilar ideas y actores? ¿O reformar de tal modo que el viejo orden pierda su razón de ser? ¿Creemos que esto es democracia y que amerita ser sostenido? ¿Importa el nombre del sistema o la calidad de vida de la mayoría? Lo peligroso no es la fuerza de la destrucción, sino la debilidad de la reconstrucción.
La historia no premia victorias electorales sino transformaciones duraderas. Y eso exige mirar el momento no como oportunidad de mando, sino como ocasión para el quiebre. Si este presidente quiere pasar a la historia deberá repetir con serenidad, pero con convicción, lo que Catón supo decir en voz alta: ‘Carthago delenda est’.