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Jaime Antonio Rumbea: Injustificada expectativa

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Los investigadores también le llaman efecto halo y también sucede en el sector privado

Se suele decir que el presidente es bueno o malo; lo mismo para el ministro de Finanzas, el gerente del Banco Central, y los miembros de las juntas financieras y monetarias. Pero en realidad, les damos más importancia de la que merecen.

Este fenómeno de admiración o crítica constante hacia los líderes y políticos se retroalimenta: los vemos como responsables de todo lo que sucede, aunque su influencia real sobre los hechos es mínima. Nuestra percepción se centra en vincular cada suceso positivo o negativo con ellos, ignorando la verdadera complejidad detrás de los eventos. No comprendemos del todo las causas de lo que ocurre, y por eso caemos en juicios sociales inmediatos. Es por esta razón que las elecciones giran más en torno a lo espectacular que a la capacidad real de gobernar.

Investigadores como Tetlock señalan que los personajes más histriónicos, preferidos en la arena pública, son a menudo los peores tomadores de decisiones. La realidad es que nuestras economías, incluso las más aisladas, como la ecuatoriana, están tan integradas a fenómenos globales que el margen de maniobra de los políticos es insignificante. Crecimientos económicos, como los de Ecuador en sus mejores años desde la dolarización, se deben más al auge de los ‘commodities’ y los precios del petróleo que a decisiones políticas internas.

Hoy en día, la situación económica responde más a la restricción de liquidez externa que a políticas nacionales. Si analizáramos con rigor, la verdadera influencia de los políticos sería apenas reconocible.

Un amigo, observador agudo de la política, sostiene que lo que andamos buscando todos es un salvador, un jefe, una persona en la que hacer pesar nuestras limitaciones, nuestras incapacidades y nuestras expectativas; los políticos y los líderes son un reflejo de nuestras taras. Basta notar que ante la primera cosa fea que vemos o que nos pasa, nuestro impulso es buscar a quién le corresponde resolver. Y cuando trasciende los muros de la casa, o incluso a veces dentro de ella, pensamos en el político, que al final, poco tiene para hacer.