Jaime Antonio Rumbea: Lo nuevo

Cómo también ha pasado antes, la modernidad digital parece querer fundar su propio año cero
En nuestro tiempo, lo nuevo es una consigna. Se estrena, se lanza, se pivotea. Las ideas deben parecer inéditas, las marcas disruptivas, las biografías espectaculares. El candidato incumbente se presenta con tanta novedad y ruptura hacia su propio mandato como la candidata contendiente ensaya una identidad nueva en cada aparición. El nuevo comienzo es casi una obligación moral, una forma de redención laica. Pero en esta devoción por lo nuevo suele haber más ansiedad que lucidez, más ‘marketing’ que transformación.
Este impulso no es nuevo. Durante el Renacimiento europeo -esa supuesta gran irrupción de lo moderno- lo que se celebraba como novedad era, en el fondo, una relectura de lo antiguo. La arquitectura renacentista no rompía con el pasado: lo restauraba. Los humanistas no huían de la tradición, escarbaban en ella. Eran editores del legado romano, no sus sepultureros.
Cómo también ha pasado antes, la modernidad digital parece querer fundar su propio año cero. Cada generación de aplicaciones promete borrar la anterior. Los fundadores tecnológicos hablan como profetas. En lugar de bibliotecas, construyen ‘hubs’; los ciudadanos digitales son usuarios. La llamada web3 es tan trascendente y novedosa como fue la revolución capitalista que catalizó la empresa colonial europea. El verdadero y original sentido de imperio, que es mercado, se entiende mejor con los gigantes de internet.
Pero el pasado tiene una forma terca de regresar. Las redes que prometían horizontalidad reproducen jerarquías. Las economías de plataforma que decían empoderar, también precarizan, en el sentido jurídico más estricto. Las revoluciones verdes dependen del litio extraído con métodos coloniales. El resultado no es una ruptura con la historia, sino su repetición bajo nuevos logos.
Reivindicar el largo plazo no es nostalgia: es estrategia. Porque cuando todo parece girar sin cesar, la perspectiva histórica permite distinguir entre lo verdaderamente nuevo y lo meramente veloz. Y en ese contraste, muchas veces, se encuentra la diferencia entre un futuro viable y una fantasía fugaz. ¿Qué de nuevo trae esta elección?