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Jaime Antonio Rumbea | Taras

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Así como lo fue de Dios, o del rey del momento, el juez es siempre juez de alguien

Se llama jerarquía cognitiva a la capacidad de sostener en la mente, al mismo tiempo, varios niveles de razonamiento.

Así se diferencia al genio ajedrecista del mono, porque el primero puede anticipar la consecuencia de su jugada siguiente y siguiente y siguiente.

¿Logra el corrupto anticipar que entre las consecuencias probables de su accionar estará la cárcel? ¿Logra el individuo otrora pulcro en su accionar anticipar razonablemente que ese negocito puede derrumbar su vida y la de su familia? ¿Pesa más la sanción, redención incluida, o los disfrutes del pecado?

Si pudiésemos traer a valor presente el infierno cometeríamos menos pecados. Pero no podemos. Y nuestra justicia acarrea justamente esas taras, corrupción incluida.

Nuestra noción de virtud, nuestra noción de verdad, nuestra noción de justicia, están todas embebidas de una compleja evolución institucional en la que la justicia divina está de por medio.

Cuando siglos atrás nuestros antepasados desistieron de las ordalías como forma mística de justicia, los sistemas judiciales pasaron a fundamentarse en la justicia divina, representada por soberanos legitimados en Dios. El juez en el sistema romano canónico y el jurado en el sistema de ‘common law’, administraban por igual la justicia de Dios en la tierra. Fue solo en la Ilustración y con las revoluciones que se secularizó la narrativa formal, pero el sustrato moral se mantuvo.

Asemeje usted al juez o al abogado, sin exonerar al notario, con sus gemelos que presiden rituales religiosos, con tiempos, proceso, momentos solemnes y más. Desconfíe conmigo de la berreada figura de Estado de derecho como aquel que puede ser administrador de justicia y administrado ante ella, en un desdoblamiento de la persona que nos recuerda a la Santísima Trinidad. Así como lo fue de Dios, o del rey del momento, el juez es siempre juez de alguien.

Por eso es tan risible que el pecado y el perdón, como el crimen y la pena, no sean más que otra parte del entuerto que hemos de resolver para liberar de la corrupción a nuestros pueblos.