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Jaime Rumbea: Silver y Tetlock

Avatar del Jaime Rumbea

Bajarle el volumen a toda la avalancha de información permite que se decanten los fenómenos que realmente ameritan atención

Que porque ganó tal las elecciones todo cambiará, o porque perdió tal ya nada pasará. Con tanto ruido a nuestro alrededor, tal sinfín de información que nos apabulla, sorprende que las personas hagan con desparpajo relaciones causales entre tal novedad y algún resultado que esperan.

Me acuerdo entonces del libro de Nate Silver sobre la diferencia entre señales y ruido, sobre cómo distinguir entre datos significativos y meros datos pasajeros que sesgan nuestro pensar; reconocerlos es la diferencia entre el éxito y el fracaso en nuestras decisiones.

Mi interés en el tema surgió en 2015, durante la caída de los precios del petróleo y el final del ‘boom de commodities’, lo que introdujo incertidumbre en la economía y política ecuatorianas. En ese entonces se empezó a hablar sobre la fragilidad del dólar y la sostenibilidad del modelo económico que habíamos vivido, generando incertidumbre y deteniendo inversiones y proyectos.

Bastaba que en un directorio alguien susurre la palabra desdolarización para que quede insubsistente el orden del día, las inversiones, las contrataciones o los proyectos, y sin beneficio de inventario todo el mundo se dedique a elucubrar sobre posibles cataclismos.

¿Es acaso la edad de los ministros del nuevo gabinete una señal o ruido? ¿Es un presidente el artífice de cambios trascendentes o son solo otros agentes económicos más, la Presidencia y el Gobierno, entre tendencias mundiales que lo superan? ¿Es el posible fenómeno de El Niño señal o ruido? ¿ No consideramos a veces señal aquello que es ruido? ¿Es el análisis del experto, sobre el fenómeno de moda, suficiente para tomar decisiones en un mundo complejo?

Junto a la lectura de Silver, me ayudó en ese entonces aprender de Tetlock, quien sugiere bajarle el volumen o ignorar incluso las afirmaciones de quienes no han probado antes que lo que dicen sucede.

Hay que, en resumen, darle menos importancia a las causalidades que nuestra mente busca entre ruidos y adefesios; hay que esperar que se decanten en tendencias. Lo otro es ignorar voluntariosamente a los que se pretenden expertos, si no han mostrado estadísticamente que lo son.