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Desdibujado

Es mi gobierno, es mi presupuesto, es mi decisión

“Es mi árbol, mi agua, mi abono, mi vereda”, espetaba con histeria una moradora del barrio a unos niños que trataban de descolgar mangos en una vereda cercana. El episodio, que presencié hace unas semanas mientras caminaba por el barrio, pinta de cuerpo entero problemas actuales.

El trato del adulto hacia el niño es en cualquier sociedad una seña del tiempo. Mientras mezquinar y gritarle a unos niños, dentro de un barrio en el que se supone precede todo encuentro una mínima relación de confianza, es en sí una afrenta social, la tergiversación entre lo público y lo privado merece comentario. ¿Desde cuándo son las veredas privadas? ¿Son los árboles en ellos sembrados, y sus frutos, por mucho que provengan de semilla o cuidado privado, privatizables?

Como en estos días uno no quiere ponerse pico a pico con cualquier vecino, ni sortearse gratuitamente una gresca en la calle (cosa que también es, lo digo con algo de vergüenza, un signo del tiempo) me mordí los labios al presenciar tremenda brutalidad.

La distinción entre lo público y lo privado es tan antigua como el pensamiento clásico y seguramente lo precede: para los griegos el ámbito privado era el de la esclavitud y de la sumisión, del dominio y de la propiedad del padre sobre los demás; mientras, el campo público era el de las virtudes y de la libertad. Muchos conceptos y muchas palabras que parecen no significar nada hoy en día y, a no dudarlo, bastante han evolucionado en forma y fondo.

Es justamente desde la antigua Grecia que registramos al espacio público como lugar de encuentro donde se proyectan las virtudes individuales de los ciudadanos a favor de la polis. Por eso sorprende que la Fiscalía haya llamado “Encuentro” al caso de presunta corrupción en el Gobierno, usando la expresión que el partido oficial hizo marca propia en campaña.

Por eso no sorprende en cambio, tras siglos de evolución de nuestros sistemas políticos, que las personas desdibujen la línea de corte entre lo privado y lo público, queriendo hacer con los recursos de todos lo que harían con los propios. Porque ni siquiera en sus veredas la gente lo distingue.