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Incendio

Avatar del Jaime Rumbea

En la calle Machala de Guayaquil incendiaron un carro para no responder ante la autoridad de tránsito.

Perplejo leo de quien ha preferido quemar el carro en el que andaba antes que someterse al control y sanción de una autoridad municipal de tránsito. “Los hombres pretendían evitar que la camioneta fuera trasladada al Centro de Retención Vehicular, pues no tenía la revisión técnica, estaba matriculada hasta el 2014, circulaba sin la placa posterior y el conductor no portaba la licencia”. Lo refiere una nota de El Universo el 17 de enero, de la que el diario inspiró su editorial de ayer.

Trascendiendo lo anecdótico, el suceso fue atestiguado pasivamente por los pasantes de una de las vías más transitadas de Guayaquil, para luego ser amplificado con histriónica validación en las redes sociales.

Si conductor y vehículo indocumentados son una afrenta contra la autoridad, negarse a la sanción quemando la evidencia, para luego escapar con vítores, pinta una clara representación del desdén generalizado que prima hoy frente a la manifestación más omnipresente del poder y la autoridad: su institucionalidad llamada Estado.

No es un tema de tal o cual político o partido. En estos días hemos visto virulentas manifestaciones contra gobiernos en Brasil, en Perú; hemos visto cómo se derrite por completo la economía del mundo sin que la conexión entre sus supuestos líderes -aquellos de corbata o traje sastre- y la gente más humilde ocupe un salón en el enclave de Davos. Empatizo con el desarraigo, pues nada es más evidente hoy que la desconexión entre el Estado -en crisis- y la ciudadanía. El concepto mismo de ciudadanía se refiere ya cada vez menos al Estado, del que ha sido tributario o hasta rehén.

Decir que prima la ley, el Estado de derecho, la democracia u otros valores y virtudes clásicas pone en evidencia a quienes lo repiten junto al Estado que han cooptado. Nos recuerdan al mentiroso, corrupto o infiel que solapadamente hace apología de sus virtudes.

¿Qué está faltando para que el debate público asuma más frontalmente ideas reales de cambio, ideas que nos liberen del garreo y aporten real innovación en la cosa pública? Una mecha está prendida en algún lugar.