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Intuición en política

Avatar del Jaime Rumbea

Sin ‘expertise’ ni intuición, ¿queda solo votar por convicción?

Conversaba esta semana en una mesa sobre la próxima tanda electoral. Mapear conversaciones no es un tema fácil hoy en día pues hacerlo bien requeriría de equipos que solo están disponibles en ciertas universidades o al alcance del presupuesto de fondos de inversión de Wall Street. Pero al ojo pelado, algo iba tratando de sacar para compartir acá.

Las conversaciones se movían para variar entre dos extremos: el esfuerzo de cada quien para presentar aquellas de sus observaciones que consideraba más objetivas, generalizables o racionales, para luego degradar paulatinamente hacia adjetivos, opiniones y preferencias y críticas y afectos que colorean sus observaciones con activismo. Cero rigor.

Lo otro que me llamó la atención es que la desconfianza en las encuestas electorales ha ganado terreno, acercándose, parece, a la convergencia entre el saber popular y la ciencia: esta última había consensuado décadas atrás que las encuestas electorales no sirven para mayor cosa (que no sea influir en el elector), pero el debate social tardaba en reconocerlo aún.

Descrito así el mapa de la conversación, queda por mencionarse lo obvio: el pronóstico de consenso sobre las próximas elecciones. Pero lamento desilusionar al lector, aunque el morbo nos mate, tampoco aquí lo que podamos recoger de una conversación de amigos, por duchos que sean, es indicador válido. Como ninguno de nosotros somos expertos ni nos preparamos para hablar de elecciones, nuestros pronósticos, como los de todo aquel que casualmente comparte su opinión sobre Yaku, Otto, Topic, Luisa u otros, son a lo mucho intuición.

Pero el mayor experto del mundo en intuición nos invita al escepticismo. Solo cuando se dan las tres siguientes condiciones podemos confiar en nuestra intuición: cuando nuestra experiencia en la materia es tal que nuestras decisiones se producen por reflejo, cuando el mundo o materia en cuestión es regular, y cuando la retroalimentación sobre cómo comprendemos el mundo o fenómeno en cuestión es frecuente y suficiente para ajustarse. En la práctica, ninguna de las tres aplica en política.