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Jaime Antonio Rumbea | Yapa

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Bastaron sistemas jurídicos milenarios para la primera y segunda revolución industrial; en esta, la tercera, no sobrevivirán

La Fiscalía vinculó hace poco en un sonado caso de corrupción a un pícaro que, haciéndose pasar por varios oferentes que competían, presentaba ofertas para ganar concursos públicos.

El peritaje informático de la investigación demostró que sus ofertas eran enviadas desde la misma dirección IP, identidad que a su vez pudo asociar con otros atributos de la persona.

El hecho es relevante porque muestra, como si fuera un simple corolario del vergonzoso caso cuyo nombre omito, cual yapa, las posibilidades que la tecnología ofrece a la justicia. No hubiera podido la Fiscalía hacer lo mismo si las ofertas de las supuestas distintas personas hubieran sido en papel.

Llamo yapa al componente informático de la prueba de Fiscalía porque la opinión pública no le dará la misma importancia que atribuye a lo que se considera principal: la culpabilidad de otro delincuente. Pero para mí las implicaciones van más allá porque alguien debe decirlo: la mejor posibilidad de una reforma real de la justicia pasa por su plena digitalización. Entiéndaseme bien: no me refiero a una digitalización consistente en transformar papeles en PDF y casilleros en buzones electrónicos; no escribo aquí de diligencias procesales por Zoom o del ya legislado pero aún irregularmente restringido notariado telemático. Nuestro sistema jurídico, sus ritos, soportes y procesos vienen de una tradición tan vieja como la historia romana y latina, de la que derivan. Esa fue la innovación que cimentó el imperio más grande de la historia y que cumple en estos días 2.500 años: por ese sistema nos llamamos latinos y bajo ese sistema, con actualizaciones menores, nos regimos hoy. Por eso a veces pienso, en el pequeñísimo mundo del que solo puedo salir con los viajes, la lectura y la esperanza, que para un verdadero desarrollo económico, de todos y no de unos pocos, dependemos desproporcionadamente de nuestros abogados.

Pero ¿qué saben y qué dicen los abogados sobre la innovación de sus quehaceres gracias a la digitalización? Más allá de la yapa, menos de lo que su responsabilidad histórica impone.