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Pulsiones prescriptivas

Avatar del Jaime Rumbea

Cuando el corazón o la identidad están en juego, saltamos a la conclusión antes de haber descrito el problema

Lo primero que enseñan las facultades de ciencias sociales es a distinguir entre el ser y el deber ser. Entre lo descriptivo y lo prescriptivo.

Describir el problema político actual, digamos el juicio político al presidente Lasso, no implica tomar posición; describirlo es justamente no tomarla. Es relatar, con detalle, con herramientas metodológicas de probada utilidad y rigor en su aplicación, una situación.

Pero, ¡qué fácil es derrapar en ese menester!, tendiendo a descripciones imbuidas de juicio de valor favorable al liberalismo o al comunismo o al partido de moda. En tabús sociales, nadie siquiera desenreda las opiniones de las soluciones; peor aún: nadie las ata con rigor al problema. Una prueba: ¿cuál es la descripción consensuada sobre el aborto o la identidad de género?

A diferencia de las ciencias exactas, donde resulta irrelevante si el interlocutor duda de que las manzanas caen si se sueltan del árbol, en las ciencias sociales es perfectamente viable -como de hecho sucede a mucha sorpresa- poner en duda una lectura rigurosa de la situación, asignando intenciones e intereses a personas o grupos sin beneficio de inventario. O gestionándole apoyo político a dudosa evidencia científica. En cuestiones sociales el debate rústico se impone con frecuencia sobre la búsqueda de una verdad.

Por ello en la escuela de ciencias políticas se enseña a distinguir el problema de la opinión o de la prescripción. No hacerlo renuncia a la pretensión científica. Pero ese es un aprendizaje que, además de escaso, es disuadido en toda conversación. La demanda, el mercado, quieren escuchar más opiniones e identidades políticas que descripciones frías; el ágora política, sea en la Asamblea o en Twitter o en la mesa familiar, quiere el postre de la opinión y de la idea de solución antes que el plato fuerte del diagnóstico frío. No solo lo pide sino que a veces procura confundir el uno con el otro: si no me gusta la descripción entonces es política.

Saltarnos la pregunta de si el problema es el liberalismo, es el narco, la corrupción, el boicot o la incapacidad, equivale a saltarnos la solución.