Premium

Santísima Trinidad

Avatar del Jaime Rumbea

"No pidamos peras al olmo, pidamos un poquito de cordura y mucho realismo: lo necesitamos"

Si las democracias modernas se sostienen sobre la representación, de la cual los poderes legislativos son la máxima expresión, convengamos lo siguiente: nos guste o no, la Asamblea que se posesionó ayer existe porque bien o mal, nos representa.

Aunque nos cueste creerlo, mientras presenciamos el tragicómico ‘show’ del que somos, a través de nuestros representantes, protagonistas, no hay mejor expresión de nuestro pueblo que la Asamblea. Por ello las similitudes con los libros populares, los sonetos e incluso los programas seudocostumbristas. La identidad mutua entre representado y representante es siempre imperfecta, no hay duda, pero desde hace siglos se debate si hay alguna mejor sin llegar a respuestas satisfactorias (para los que les interesa el tema: solo la Santísima Trinidad ha logrado resolver esto de la unidad de identidades y representación).

Por eso vale detenerse y preguntarse lo que hemos de esperar y exigir de nuestros asambleístas. ¿Nos representan mejor con más consenso o con más polarización? ¿Nos representan mejor con más trabajo o con más bla bla? ¿Nos representan mejor quienes llevan poncho o corbata, quienes se empluman la cabeza o quienes se acicalan para TikTok?

A contrario: ¿tan lejana e imperfecta es la representación de tal mayoría o tal minoría, que nos atreveríamos a condenarla? ¿A enajenarnos de ella y de su futuro? ¿A poner la identidad que nos diferencia por encima de la que nos une? Recordemos cómo es este mismo juego con vecinos, amigos, colegas, aquel mundo del que la Asamblea es una representación.

Perdemos generalmente de vista que nuestro entorno nos luce homogéneo, pero no lo es. Ese es el misterio de la empatía, de nuestra realidad de animales gregarios: una vez que nos acercamos, las diferencias se reducen.

Por eso mejor harían los asambleístas al concentrarse en sus representados, concentrarse en sus preocupaciones, concentrarse en uno o dos proyectos mínimos que galvanicen unos cuantos votos, antes que en sus partidos y sus facciones. También lo haría el Gobierno, por supuesto, que tiene el desafío de orientar a todos los demás.