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Joaquín Hernández: Acapulco, el edén perdido

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Acapulco fue símbolo del progreso de México logrado gracias a la nueva clase dirigente surgida de la Revolución Mexicana.

Para los que viven solo del momento presente y no tienen tiempo para ocuparse del pasado, hay que decirles que Acapulco fue, por lo menos durante cuatro décadas, el Cancún actual, ahí donde hoy es de obligatoriedad casi religiosa y muestra de distinción social, celebrar graduaciones, matrimonios y hasta aniversarios.

Por lo menos, el Acapulco de los años 50 y 60 fue planificado como sede del ‘jet set’ turístico internacional durante el sexenio del presidente Miguel Alemán Valdés (1946-1952) y convertido vertiginosamente en el altar donde se dieron cita las celebridades en las cuatro décadas siguientes, y en que todo estaba permitido, excepto no gozar.

Ahí celebraron en los 50 la luna de miel John F. Kennedy y Jacqueline Bouvier. Igualmente, su cuarto compromiso Elizabeth Taylor y Mike Todd. John Wayne, Red Skelton, Elvis Presley, Orson Welles, Rita Hayworth, Brigitte Bardot. No importa que sus nombres sean desconocidos para los jóvenes y no tan jóvenes de ahora. Los de hoy serán igualmente desconocidos en menos de veinte años.

Acapulco fue símbolo del progreso de México, logrado gracias a la nueva clase dirigente surgida de la Revolución Mexicana.

El hotel Princess Mundo Imperial, el Flamingo’s, el Casablanca, el Villa Vera, fueron algunos de los monumentos de los éxitos de la revolución institucionalizada. Detrás de los hoteles cinco estrellas vinieron las primeras discotecas: Armando’s Le Club, donde estuvo el príncipe Carlos de Inglaterra, el Baby’O. Sede de concursos de Miss Universo, escenario del festival Acafest, ¿qué más podía pedírsele? Como escribía Guillermo Osorno, “…lo que quiero subrayar con este relato es que durante cuarenta años Acapulco fue la verdadera frontera de México con el mundo; la cara internacional de nuestro país. Es su gran valor simbólico”.

Acapulco siempre tuvo una doble vida que hoy el huracán ha mostrado sin compasión. En Dos horas de sol, José Agustín habla de los tres Acapulcos: el del turismo del ‘jet set’, el de los habitantes tradicionales que siguen fieles a sus costumbres y el de los emigrantes que vienen de otras partes del país y sobreviven en la miseria.