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Joaquín Hernández Alvarado | La fantasía del Estado presente

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Y sin embargo, el día de la victoria Pagni, poco sospechoso de alabar sin más, afirmó que el presidente tiene gobernabilidad

Pocos editoriales son tan precisos y lúcidos como el del diario La Nación, de Buenos Aires, el pasado viernes 14 de junio, un día después de que el gobierno de Javier Milei lograse aprobar por el voto decisorio de la presidenta del Senado, Victoria Villarruel, la ley Bases y el paquete fiscal propuesto casi desde los inicios del gobierno. Los pocos lectores que leen solo las columnas de opinión y no los editoriales del medio en que se publican, caen en el grave error de no entender en perspectiva estratégica lo que está pasando, ver solamente el bosque, no solo algunos árboles, y carecer por tanto de una visión crítica de lo que sucede.

En seis meses de gobierno, el mito Milei ha perdido el encanto para unos y ha mantenido su atracción para otros. Hay frases muy duras contra él como la de Marcelo Longobardi, “Argentina ha puesto otra vez a un presidente que no está a la altura de las circunstancias”. Milei ha conjurado fuerzas destructivas y perversas como la de los gerentes de la pobreza y la dirigencia sindical. El presidente tiene su propio estilo, “políticamente incorrecto”, confrontador, con una imagen más cercana a la de un ‘rock star’ que a la de un mandatario tradicional, dispuesto a detonar un nuevo conflicto mientras está luchando con otro, a celebrar derrotas como victorias en nombre del ‘principio de revelación’; tanto que Marcelo Longobardi resumió: “Argentina puso otra vez un presidente que no está a la altura de las circunstancias”. Y sin embargo, el día de la victoria, Carlos Pagni, poco sospechoso de alabar sin más, afirmó que el presidente tiene gobernabilidad. ¿Cómo entender esta paradoja que no se agota en el personaje Milei sino que es el enigma de la Argentina actual?

En su editorial, La Nación dilucida el enigma : “una cosa es criticar su estilo y sus equivocaciones, y otra, bloquear las transformaciones indispensables para no naufragar”. O, en otras palabras: “Argentina no tiene salida sin los cambios estructurales impedidos desde tiempo inmemorial por los intereses corporativos que la controlan”. La Nación retoma las encrucijadas argentinas desde Avellaneda, pasando por Roca hasta Milei. Esta historia de pérdidas y de hallazgos tiene un límite: “Solo se podrá elevar el nivel de la población, sin la fantasía de un Estado presente, verdadera fábrica de pobres”.