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Joaquín Hernández Alvarado | Hermano Luis, Cardenal Cabrera

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El carisma de la fraternidad está inscrito en las Constituciones de la Orden Franciscana...

No dejó de sorprenderme la primera vez que escuché que el Arzobispo de Guayaquil, Luis Gerardo Cabrera Herrera, prefería que se le llamase Hermano Luis, aunque entendía que la mayor parte de las personas se dirigiese a él como Monseñor o señor Arzobispo. No se trataba, sin embargo, de una preferencia personal. Por mi parte desconocía que el carisma franciscano no solo se centra en la humildad y en el servicio, sino también, y en el mismo, en la fraternidad.

Cuando le conocí me admiró su espiritualidad intensa que se expresaba en sus palabras y en sus gestos. La espiritualidad es el diálogo con el otro que sucede en la oración y que continúa la herencia de los pastores que, en la unanimidad del paisaje del desierto, pese a los vientos o al silencio que reina, escuchan la Palabra dirigida a ellos. De este pueblo de pastores, caminantes en el desierto, surgió el Cristianismo, y no de las ciudades estado griego donde la visión y no la palabra es el sentido privilegiado.

El carisma de la espiritualidad franciscana, orden a la que nuestro arzobispo pertenece, es la fraternidad, palabra que hoy, en nuestros oídos laicos está incluida en el tríptico formado por la libertad y la igualdad con el que se selló el ingreso a la modernidad de nuestras repúblicas. Este tríptico laico ha sido imposible de mantener: la lucha por la igualdad ha terminado por sepultar a la libertad. Y la fraternidad se ha esfumado ante los impulsos de la modernidad que, en nombre del progreso, ha multiplicado individuos solitarios y expulsado la convivencia.

El carisma de la fraternidad está inscrito en las Constituciones de la Orden Franciscana donde se señala que su vocación es vivir en comunidad fraterna y que esta, la fraternidad “…tiene su origen en la inspiración de San Francisco de Asís, a quien el Altísimo reveló la cualidad esencial evangélica de la vida en comunión fraterna”.

Anteponer a su nombre el de “hermano” no es pues cuestión personal, sino que señala una voluntad de servicio y de fraternidad que solo es posible llevar a quienes tienen una vida espiritual intensa y para quienes han asumido el dolor del mundo y la alegría de la creación. En la carta en la que el Papa Francisco le comunica al Hermano Luis su elección como cardenal le dice: “Agradeciendo tu generosidad, rezo por ti para que el título de ´servidor´-- diácono—opaque cada vez al de eminencia’”. Desde siempre, nuestro arzobispo ahora cardenal es diácono y hermano. Por eso quizá, al despedirme, le pido siempre que ruegue por mí y por nosotros.