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Joaquín Hernández Alvarado | ¡Miénteme más!

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¿Aceptan las sociedades que sus líderes o candidatos les exijan sangre, sudor y lágrimas? En muy contadas ocasiones

Los boleros ya no están de moda y nadie quiere oírlos. Y sin embargo… Alberto Vergara señala en su libro Repúblicas defraudadas. ¿Puede América Latina escapar de su atasco?: “En síntesis, tenemos ciudadanías y repúblicas a medias: ciudadanos muy débiles para empujar repúblicas ostensiblemente mejores y, a su vez repúblicas sin fuerza para producir una mejor ciudadanía. El equilibrio del desequilibrio: la trampa de las repúblicas a medias. Nuestra gente, como el personaje del maestro Rubén Blades, sin ser esclava, tampoco está en libertad”. Una versión en clave social del bolero de Arturo Domínguez, que por supuesto no está de moda: “Voy viviendo ya de tus mentiras/sé que tu cariño no/ No es sincero”.

Ciudadanos muy débiles. Léase sociedad civil incapaz de formular las cuestiones que le afectan e interesan y reclamarlas porque en ello se juega su futuro. En las sociedades latinoamericanas que analiza Vergara en su libro, la gente se queja de que los políticos no los toman en cuenta, no se ponen en su lugar. Pero igual terminan votando por ellos. ¿Aceptan que sus líderes o candidatos les exijan sangre, sudor y lágrimas? En muy contadas ocasiones. ¿Que les digan que no o que desarmen un lugar común? ¿O que les destruyan la confianza anónima en que en el fondo todo siempre habrá de arreglarse?

Las repúblicas a medias viven a medias. Como dice Domínguez: “Siempre fui llevado por la mala/ y es por eso/ que te quiero tanto”. Más aún: “Mas si das a mi vivir/ la dicha con tu amor fingido/Miénteme una eternidad/ que me hace tu maldad, feliz”.

Vergara, en su análisis de las sociedades latinoamericanas de la segunda mitad del siglo XXI, no oculta las dificultades para dejar de ser repúblicas a medias. Opta por el republicanismo en una época en que las tendencias apuntan a la polarización y a la disolución de la sociedad civil. Lo entiende como una forma de reincorporar la preocupación por lo público, el poder ciudadano y el interés general sin poner en entredicho las garantías individuales.

¿Por qué esa incapacidad de las sociedades liberales de señalar a los políticos sus preocupaciones, sus demandas, sus desacuerdos? ¿Forma parte de una tendencia innata de las sociedades? O ¿es la consecuencia de una práctica que viene desde el hogar y atraviesa la niñez, adolescencia y juventud? ¿O el producto de una sabiduría sofisticada: “Y qué más da/ la vida es una mentira/ Miénteme más / que me hace tu maldad feliz”.