Joaquín Hernández Alvarado | Retorno a La Catedral
¿Qué busca Vargas Llosa en esta Lima desordenada, a ratos melancólica?
Mario Vargas Llosa ha vuelto a La Catedral. Todo ha cambiado y nada ha cambiado en el local de la avenida Alfonso Ugarte en Lima, escenario de lo que muchos piensan, este escritor incluido, fue el de la mejor novela del Premio Nobel de Literatura. La foto, tomada por su hijo Álvaro y reproducida en el diario El País la semana pasada, es la despedida final del autor de Conversación en La Catedral, una especie de ‘memento mori’ en el lugar donde funcionó una cervecería a la que nadie sabe por qué la bautizaron con el pomposo título de La Catedral.
La foto, que reproduce el periódico español es doble. La una corresponde a lo que fue esa cervecería hace más de medio siglo con un Vargas Llosa en la entrada, con traje y corbata, a punto de dejar la juventud y entrar en la madurez, con mirada inquisitiva y el cigarrillo en la mano que todo buen intelectual de la época requería. La otra, muestra a un Vargas Llosa increíblemente avejentado, apoyado en un bastón, vestido con una ropa que no le ajusta bien y un rostro casi irreconocible por los estragos del tiempo. Arriba ya no aparece el letrero que en su momento decía “Bar La Catedral” sino el típico de “Se vende”, con el fondo amarillo y las letras negras de un número telefónico para información. La entrada está tapada con una reja negra con grafitis y unos círculos blancos en el medio que rezuman abandono y desaseo. ¿En qué se ha convertido Vargas Llosa?
Hace 55 años, en 1969, Mario Vargas Llosa publicó Conversación en La Catedral. Fue célebre su pregunta que aparece al inicio de la novela “¿En qué momento se había jodido el Perú?”, para responderla, en el mismo tono de Ixca Cienfuegos, el oráculo de La Región más transparente, de Carlos Fuentes: “Cada uno se defendía del Perú como podía”.
¿Qué busca Vargas Llosa en esta Lima desordenada, a ratos melancólica por la niebla, con rasgos virreinales y códigos huachafos, con un tráfico exacerbante y monótono, pero con la promesa liberadora del Pacífico frío que custodia a quienes van por las carreteras que lo rodean para entrar a la ciudad? ¿Su despedida de los lugares en que inició la adultez? ¿La constatación de que, pese a todo, por ejemplo, la torpeza y el debilitamiento del cuerpo que anuncian inevitables derrotas, pese a todo digo, el arte guarda para siempre, una promesa de realización, no por cierto a quienes trabajan con él que no se libran de los padecimientos, sino para quienes lo vuelven a celebrar, no importa el tiempo que haya pasado ni los rostros que hayan desaparecido?