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Joaquín Hernández: Divagaciones magistrales

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Ni era griego ni era filósofo, a lo más un epicúreo que consideraba que la búsqueda de la felicidad era el sentido de la vida

En sus clases de filosofía griega clásica en la facultad de filosofía San Gregorio, a Hernán Malo González le gustaba citar las Odas de Horacio. Estrictamente hablando, era una divagación. Horacio ni era griego ni era filósofo, a lo más un epicúreo que consideraba que la búsqueda de la felicidad era el sentido de la vida, lo que implicaba una cierta cuota de estoicismo. 

Por supuesto, en este reclamo de eudemonismo, asoma, de repente la “pálida muerte”, cuyo pie golpea tanto las covachas de los pobres como las torres de los reyes. ‘Carpe diem’ o como traduce no muy eufónicamente J. L. Moralejo para la edición de Gredos,: “En tanto que hablamos, el tiempo envidioso habrá escapado; échale mano al día, sin fiarte para nada del mañana”. Nada comparable con la concisión y el sonido del latín: ‘Dum loquimur, fugerit invida/ aetas: carpe diem, quam minimun credula postero’ (I,12).

Pero Malo, profesor en un filosofado para la formación de los jesuitas, era consciente de que el tiempo de la filosofía griega no era el tiempo de la Buena Nueva que el cristianismo trajo sobre Occidente. No solo que Jesús se sitúa en las antípodas de la admonición con que se inicia el canto 11 de Horacio, “No preguntes, Leuconóe, -pues saberlo es sacrilegio- qué final nos han marcado a ti y a mí los dioses, ni consultes los oráculos de los Babilonios”; sino más bien, “¡Hipócritas¡, sabéis explorar el aspecto de la tierra y el cielo, ¿cómo no exploráis pues este tiempo?” (Lc. 12,56). Este tiempo es por supuesto el tiempo de la salvación, el del futuro que se hace presente con Jesús, extraño por tanto a la ‘aurea mediocritas’.

Si la filosofía es asombro, admiración por lo que es, Malo, con singular maestría había situado en el corazón de la visión griega de la vida y del tiempo, la paradoja cristiana. Alumno de Aurelio Espinosa Pólit, a quien debió su formación en pensamiento clásico griego y latino y de Karl Rahner en su intento de síntesis del pensamiento de Santo Tomás con la filosofía de Kant, Malo divagó magistralmente, no para decir qué era filosofía sino para hacer filosofía delante de sus estudiantes al asumirla como problema. Una divagación así es necesaria no solo en las cátedras de la universidad donde a veces lo metodológico ahoga la creatividad y el necesario resplandor de lo real.