Al filo de la navaja

"No se trata de cómo ahora vemos, a la distancia, esos acontecimientos límite, sino cómo fueron vividos por la sociedad..."
¿Cómo sintieron, a nivel de experiencia vital, los ecuatorianos, el período comprendido entre 1941 hasta 1947? La historia que nos llega se centra en nombres, hechos, fechas. En las fotos, los rostros son ausentes. Hay por supuesto, archivos de artículos de periódicos, manifiestos políticos, libros o ensayos posteriores de interpretación. Pero no nos dice, porque no es su objeto, cómo experimentaron, emocionalmente hablando, una dosis tan intensa de cambios inesperados y capaces, muchos de ellos, de desestabilizar el país y sumirlo en el caos.
No se trata de cómo ahora vemos, a la distancia, esos acontecimientos límite, sino cómo fueron vividos por la sociedad en ese largo momento.
Al comienzo denuncia de fraude electoral; luego, una guerra internacional imprevista y posterior imposición de condiciones que serían resumidas retóricamente con la imagen de la “herida abierta”; pérdida de una herencia simbólica y territorial; una revolución cuyo nombre resume la energía pero también la cólera del período, La Gloriosa; dos constituciones; la transformación de un presidente constitucional en dictador; dos golpes de Estado sucesivos, alianzas que se hacían y deshacían sin respiro. Años “no aptos para cardíacos”.
Sería sin embargo un error, pensar que fue solamente un período de caos. Hubo hechos heroicos, ejemplos de compromiso, indignación popular sentida y expresada, uniones políticas que parecían inaugurar una nueva época después de tanta aventura.
Es un error pensar que traer a la memoria este período tan crucial de nuestra historia se lo hace simplemente para terminar ofreciendo el dudoso consuelo de que siempre ha habido convulsiones políticas y vivido al límite. Tampoco para volver al típico ensayo de la primera mitad del siglo XX que buscaba, en la historia de los países, sobre todo en sus extravíos y enfrentamientos, las huellas de una escondida y original identidad histórica. Más bien para tener la suficiente entereza de espíritu y asumir responsablemente las decisiones que nos corresponden.