Premium

La fragilidad de la democracia

Avatar del Joaquín Hernández

...porque sin unidad no hay paz, solo amargura y furia. Sin progreso, solo indignación
agotadora’.

“Hemos aprendido de nuevo que la democracia es preciosa. La democracia es frágil. A esta hora, amigos míos, ha prevalecido la democracia”. Estas fueron algunas de las afirmaciones que hizo Joe Biden en su discurso inaugural como el cuadragésimo sexto presidente de los Estados Unidos de América, en su discurso inaugural el pasado miércoles 20 de enero.

Por razones diferentes a los oídos estadounidenses, esta fragilidad es uno de las características permanentes de la democracia en los países latinoamericanos. Tan frágil es, que suman más los años, desde la fundación de las repúblicas, en que no ha habido democracia que aquellos en los que ha habido.

Golpes de Estado, caudillos que se convierten en tiranos, déspotas ilustrados o no, militares golpistas. Mientras en EE. UU. la democracia ha sido una realidad que ha estado a punto de perderse con el gobierno de Trump, -“América es la tierra de la democracia” señalaba Tocqueville -, entre nosotros es más bien una meta más que una posesión.

La democracia representativa, de esa es la que hablamos, carece por definición de los atractivos de los mesianismos, de los líderes carismáticos, de los caudillos reveladores de las leyes de la historia y de las conspiraciones. En ese sentido puede resultar decepcionante para quienes buscan profetas en una era secular.

El concepto moderno de democracia proviene de la Ilustración y no del Romanticismo europeo de los siglos XVIII y XIX.

“No podemos vernos como adversarios, sino como vecinos. Podemos tratarnos unos a otros con dignidad y respeto. Podemos unir fuerzas, detener los gritos y bajar la temperatura. Porque sin unidad no hay paz, solo amargura y furia. Sin progreso, solo indignación agotadora”, señaló Biden, identificando los signos del populismo, que no solo azotó a EE. UU. sino también a los países de América Latina: dividir a los ciudadanos entre buenos y malos, volverlos resentidos, inflarles la imaginación con pasiones exacerbadas por el odio y el miedo a base de propalar conspiraciones descabelladas. Por eso, fue un día histórico el pasado 20 de enero.