Premium

Joaquín Hernández | ¿La hora más oscura de Ucrania?

Avatar del Joaquín Hernández

Todas las personas de bien quieren que la guerra desatada por Rusia contra Ucrania termine, pero no a costa de esta última

Concedamos que nos gusta seguir siendo contradictorios. Por un lado celebramos -y está bien, por supuesto- todo lo que significa la inteligencia artificial en cuanto transformación de las posibilidades del ser humano. Este optimismo tecnológico es muy del siglo XXI. Pero por otro lado nos encontramos en un mundo de violencia donde los poderosos parecen ser los que tienen la última palabra. Así ha sido siempre en la historia de la humanidad. Occidente rompió la fatalidad de esta condición de la especie con el cristianismo, el derecho y la razón, en suma, una nueva concepción de lo humano. Sin embargo, ahora en el siglo XXI, el horizonte de este optimismo tecnológico es siempre la barbarie, es decir el reconocimiento de que los más fuertes, los matones, son los que tienen la última palabra. Eso es lo que podría estar sucediendo en el caso de Ucrania. Hace tres años fue invadida por Rusia ante el estupor de una Europa adormilada por los arrullos, por las certezas del fin de la historia y del advenimiento de una nueva época de libre mercado y globalización. Poco a poco, al compás de las terribles batallas, Europa se dio cuenta de que las lealtades no son permanentes y que si quería sobrevivir no podía contar sino con ella misma. Pero además, paradójicamente, enfrentar los problemas derivados de su pérdida de confianza en los valores occidentales que hicieron de Europa, Europa, y le impidieron siglos atrás ser una colonia más de las grandes dinastías de Asia.

Todas las personas de bien quieren que la guerra desatada por Rusia contra Ucrania termine, pero no a costa de esta última. O en otras palabras, negarse a aceptar que la lógica de la fuerza, la de los hechos consumados por ser el más fuerte y el de menos escrúpulos, zanje la cuestión. La paz no puede ser consecuencia del sacrificio de Ucrania, que perdería por ello los territorios ocupados por Rusia ilegítimamente y que aceptaría no ingresar a la OTAN. Tampoco la paz puede ser negociada sin la participación de Ucrania, salvo que se quiera repetir la vergüenza de Chamberlain negociando con Hitler a espaldas de Checoeslovaquia. Pensar que Putin va a renunciar a sus sueños imperiales por la entrega de una Ucrania despojada de legitimidad y de reconocimiento es por lo menos una ingenuidad. Chamberlain tardó un año en darse cuenta. Hasta ello ya estaba preparada la pérdida de media Europa.

Los hombres repiten la historia no porque la desconozcan sino porque la desprecian.