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Joaquín Hernández: La ironía de Thomas Mann

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Su objetividad y el desamparo que surgen de sus páginas expresan el agotamiento físico de los individuos

No deja de ser irónico que el destino de la civilización europea se debata a más de 1.600 metros de altura, en un sanatorio de tuberculosos que saben que lo más seguro es que van a morir, en un ambiente ilusorio que se transforma, sin transición, de hotel de lujo en hospital y este en necrocomio. El Dr. Behrens, el director del centro de salud, el alma del establecimiento, está también afectado por la misma enfermedad, lo que lo acerca, por supuesto a sus pacientes, pero plantea la pregunta de si puede ejercer un verdadero dominio sobre la misma afección quien se cuenta entre sus esclavos. En este ambiente, donde no existe el tiempo de reloj de las ciudades, el héroe de la novela, Hans Castorp, vive, como en una doble realidad, las pasiones y los temores de los habitantes de las llanuras y es forzado a elegir una y otra vez entre dos maestros, Naphta y Settembrini, igualmente afectados por la enfermedad, que se disputan su decisión sobre el rumbo de la civilización europea en los años anteriores a la Primera Guerra Mundial, que, como se sabe, terminó destruyendo el liderazgo espiritual europeo: ¿democracia o revolución?; ¿progreso uniforme o ruptura?; ¿igualdad o aristocracia? El pistoletazo que pondría fin al duelo entre los dos maestros resonaría, amplificado, en Sarajevo, Bosnia, en julio de 1914.

Lo reseñado es la trama de la novela La montaña mágica, de Thomas Mann, premio Nobel de Literatura, que cumple este año un centenario desde que fue publicada. Aunque fue escrita en el intermedio de las dos guerras mundiales, su acción se desarrolla en los años anteriores a la Gran Guerra. La montaña mágica, como toda gran obra de arte, puede ser leída o releída de múltiples maneras: como proceso de educación sentimental para la vida, una novela de formación, por tanto, o como guía de preparación para la vida espiritual a partir de las meditaciones sobre los grandes momentos de la condición humana. Su objetividad y el desamparo que surgen de sus páginas expresan el agotamiento físico de los individuos y de la cultura que llegan hasta hoy. “No, continuó diciendo Naphta, no es la liberación y la expansión del Yo lo que constituye el secreto y la exigencia de este tiempo”. En los momentos en que Ucrania, el centro de Europa, puede perderse, los debates de Naphta y Settembrini sobre el destino de las democracias y su labilidad congénita son más actuales que nunca.