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Joaquín Hernández | Entre Macondo y Emilia Pérez: ¿quién somos?

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Macondo es la licencia que permite afirmar que lo posible es más real que lo existente

Que se sepa, Macondo debería haber quedado abolido en tiempos de la inteligencia artificial y de la Cuarta Revolución Industrial. Macondo fue la expresión del más barroco de los universos que logramos diseñar cuando éramos pobres pero honrados. Solo lo barroco creíamos que permitía vivir a la vez, sin perjuicio de lo que hoy, asépticamente, se llama salud mental, mezclando alegremente rituales del mundo rural con prácticas de ciudades en desarrollo. Macondo es la licencia que permite afirmar que lo posible es más real que lo existente. Guardar, por ejemplo, la sotana del cura guerrillero Camilo Torres en el palacio presidencial para mostrarle al embajador de los Estados Unidos….

Macondo no se ha ido. Solo así puede suceder que, a las 3:43 de la madrugada, un presidente provoque en X una crisis con la potencia más poderosa del mundo y, además, su aliado comercial principal, justificándose después en una historia donde Bolívar está presente junto a Aureliano Buendía. O que alegue, en el más puro espíritu de Cien años de soledad, que “la cocaína es ilegal porque la hacen en América Latina, no porque sea más mala que el whisky… La cocaína no es más mala que el whisky”.

Nadie sabe qué es Emilia Pérez, la película nominada a 13 premios Óscar por Hollywood, un musical donde se trata de revivir la tesis tan gustada por los europeos de que los latinoamericanos podemos ser buenos salvajes, aunque, valga la advertencia, no basta con cambiar de cuerpo si no se transforma el alma. Se trata de un caso macondiano: nada menos que un capo mexicano de la droga se cansa de su oficio y quiere vivir en paz. Para ello considera que debe cambiar su identidad. Y, muy en boga con la ideología de género y declararse progre, se cambia de sexo. Y se dedica a hacer el bien. Así, la película ocurre tanto en el ficticio país de nunca jamás como en el México de los desaparecidos, de los grandes carteles de la droga, con artistas que cambian también la identidad del español, mal hablándolo. “Emilia Pérez”, sostiene, por una parte, el director francés Jacques Audiard, permite que “todo el mundo pueda saber lo que pasa en México”. Pero simultáneamente, ante las críticas, el mismo director señala que “la película no puede ser criticada desde el realismo”. En otras palabras, sí, es México, con su violencia, sus muertes, sus desaparecidos; pero a la vez, según convenga, no se trata de México, porque es un musical, una ficción, que no gusta a los nacionalistas de antaño. Macondo está en todas partes.