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Modernización obligatoria

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Evidentemente, la postura asumida tiene riesgos pero ninguno peor que sumergirse en la inacción o en la confusión’.

En sus recientes entrevistas con José Hernández, director de Cuatro pelagatos y Alfonso Espinosa, de Ecuavisa, el presidente Guillermo Lasso enfatizó su decisión de llevar adelante el proyecto de cambio estructural que propuso y por el que el país lo eligió. Su mensaje fue claro y firme: conoce lo que hay que hacer y sabe cómo lograrlo. Se disiparon para muchos las sombras de la recaída en un gradualismo como el que caracterizó al régimen anterior. En la situación actual, el gradualismo se reduciría, como ha señalado el director de 4P, a la “administración del statu quo”. Increíblemente, para mantener al país en esa especie de limbo tóxico, determinados grupos no quieren entender que los problemas actuales no son los que la ideologías de izquierda y populistas plantearon hace cuarenta años. Y que el país eligió al presidente para que haga el cambio, no para que se enrede en obstáculos. El presidente reiteró así una línea clara a su gabinete, cuyos miembros no están exentos, después de cuatro años de juegos “gatopardescos”, de caer en tentaciones de prudencia política, quitándole peso al compromiso del mandatario, que sabe que de buenas intenciones está empedrado el camino del infierno.

Evidentemente, la postura asumida tiene riesgos pero ninguno peor que sumergirse en la inacción o en la confusión. En el momento actual, el presidente goza de un enorme porcentaje de aceptación y de confianza. Lo que promete, cumple. Los grupos políticos que no hacen sino oponerse, amenazando con paros y levantamientos, muestran en su negación que no tienen nada que ofrecer. Paralizar el país, bloquear transformaciones es reiterar la voluntad de no cambio para el país, que necesita urgentemente abrirse al mercado internacional, modificar leyes que impiden trabajo para los ecuatorianos que carecen mayoritariamente de él, nuevas alianzas económicas e inversiones que permitan crecer económicamente.

Pero no solo es el momento del Gobierno o de la Asamblea sino de la sociedad civil, no solamente la que se expresa en las redes sociales, que debe asumir y exigir a sus representantes sentido común y razón, difíciles de conseguir a consecuencia de la resaca populista y de la perversión ética de la corrupción, pero necesarias si no queremos el suicidio como país.