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Un país distinto

Avatar del Joaquín Hernández

"La victoria de Lasso fue como un volver a respirar normalmente, comenzar a ver al país poco a poco de manera distinta y con ganas de hacer algo, de recuperar un norte..."

Desde que se conoció la victoria de Guillermo Lasso en las elecciones para la presidencia del Ecuador el pasado domingo 11 de abril, un nuevo clima se siente en el país, igual a la frescura y al alivio provocados por la oxigenación de una habitación que ha estado largo tiempo cerrada y cuyo ambiente se había vuelto enrarecido, pesado, casi tóxico.

No es el entusiasmo casi ingenuo que recorrió al país cuando ganó Jaime Roldós en un ya lejano 1979. Tampoco el de las expectativas ansiosas y febriles del triunfo de Rafael Correa, en donde aparecían ya el ánimo de confrontación, el ajuste de cuentas, la vocación de la denuncia, el juicio breve y destemplado. Y menos la extraña mezcla de frustración y sometimiento, con la correspondiente pérdida de esperanzas de poner fin al caudillismo empurrado que había vuelto irreconciliables a los ecuatorianos cuando la proclamación de Lenín Moreno.

La victoria de Lasso fue como un volver a respirar normalmente, comenzar a ver al país poco a poco de manera distinta y con ganas de hacer algo, de recuperar un norte que permita simplemente que los ecuatorianos quieran estar en su país, porque se sienten seguros, tienen mejor calidad de vida, pueden, en definitiva, construir su vida y la de sus hijos sin temor a que lo logrado se desbarate en un momento como castillo de arena por la incompetencia de un Estado incapaz de eficiencia y por el capricho de unos iluminados.

Lasso ha abierto las manos para el consenso. Acepta la diversidad del país. No es un recurso que apela a la buena voluntad sino la condición para que el tejido social del país, que es el que permite la legitimidad, comience a reconstruirse, mientras paralelamente, ajusta los urgentes proyectos de cambio de leyes para los próximos cien días.

Si el país sigue agrio, desconfiado, resentido, cualquier proyecto, por bueno que sea, terminará, o en la basura o impuesto, mutilado, por artimañas de poder.

Su gran proyecto es que dejemos de ser “ciudadanos sin república” y no perdamos más el tiempo discutiendo mientras el mundo nos deja atrás irremisiblemente.